Hace tres años, hubo un cambio en la formación del jurado del premio Cervantes. A instancias del entonces ministro de Cultura, César Antonio Molina, el Gobierno nombra desde aquella edición a menos miembros del jurado y en cambio hay una mayor representación del mundo literario y la universidad.
Pues bien, no sé si se debe a ese cambio o no, pero los dos premios a autores españoles que ha otorgado el nuevo jurado han dado respuesta a importantes demandas de los críticos, los lectores y el mundo literario en general. En 2008, el galardonado fue Juan Marsé y entonces se comentó que por fin se hacía justicia con un autor que era favorito desde muchos años antes y que fue reiteradamente postergado en beneficio de otros de, al menos aparentemente, menor relieve. Y en 2010 ha distinguido a Ana María Matute, una autora que, según los especialistas y los lectores, debería figurar en el palmarés del Cervantes hace no menos de diez años.
¿Es este nuevo jurado más proclive a escuchar lo que podríamos denominar opinión autorizada del mundo literario? De momento, no parece haber cedido a presiones de Moncloa (nadie ignora que los galardones a José Jiménez Lozano y Antonio Gamoneda fueron impulsados desde las más altas instancias del poder político, lo que en sí mismo tampoco les resta un ápice de mérito) ni a las de alguno de sus miembros más poderosos (nadie ignora tampoco que Umbral lo logró por el empeño de Cela, que formaba parte del jurado). O quizá es tan solo que en estos últimos años no ha habido presiones de ese tipo.
Sea como fuere, los Cervantes de 2008 y 2010 (prefiero no opinar del de 2009 porque no conozco el sentir del mundo literario iberoamericano) han ido a parar a autores que aportan una obra influyente y de calidad junto al reconocimiento de los lectores. Parece un buen camino.