Aeropuerto internacional de La Valeta, Malta. Año 1957. Un avión comercial soviético ha sido obligado a aterrizar alegando problemas técnicos. Mientras los viajeros salen unos minutos a la terminal para estirar las piernas, unos agentes de la CIA sacan del aparato un maletín -sus colegas en la URSS les han informado de que iría en ese vuelo- por el procedimiento de cambiarlo por uno exactamente igual. Después, en medio de la confusión del pasaje volviendo a sus asientos, el maletín original es repuesto en su sitio. Ha transcurrido el tiempo suficiente para que el único documento que contiene, un texto escrito a máquina de más de mil páginas, haya sido fotografiado. Por una vez, el interés de los espías norteamericanos no está en los planos de una instalación militar ni en una nueva arma. Tampoco es una lista de agentes soviéticos en Occidente. Lo que han fotografiado con suma atención es el relato de la más famosa historia de amor del siglo XX: la que protagonizan Yuri Andréyevich y Larisa Fiódorovna. Una historia de amor ambientada en la Revolución rusa y la etapa política primero de ilusión y luego de terror que se abrió tras ella. Su título: El doctor Zhivago.
No se sabe en qué medida, pero esa operación especial de la CIA tuvo una influencia notable para que en 1958 su autor, Borís Pasternak, recibiera el Nobel de Literatura. Un premio que nunca recogió a causa de la presión -chantaje sería más exacto- que sobre él ejerció por todos los medios imaginables el Gobierno de Moscú. Pasternak enmudeció para el mundo, pero su novela emocionaba ya a miles de lectores en todo Occidente. Ahora esa obra se publica por primera vez en español (ed. Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores) traducida directamente del ruso y a partir de la versión definitiva del texto. Hasta el momento, la disponible en el mercado local estaba traducida de la versión italiana, que a su vez partía de un original que luego fue corregido por su autor.
El choque de Pasternak con las autoridades soviéticas no pudo sorprender a nadie del mundillo cultural, tanto dentro como fuera de la URSS. El suicidio de Mayakovski, a quien tanto admiraba, y el fusilamiento de Vladimir Sillov, un colaborador de una revista que al futuro autor de El doctor Zhivago le parecía excesivamente servil, encendieron todas sus alarmas en los años treinta. No obstante, durante la terrible represión de esa etapa, cuando fueron condenados a penas de muerte o de prisión -venía a ser lo mismo en muchos casos- miles de escritores, intelectuales y artistas, Pasternak se desvivió por quienes habían caído en desgracia: escribió cartas en su defensa e hizo gestiones de todo tipo. Un día, llamó a Stalin para pedirle una entrevista personal. «¿Para hablar de qué?», le preguntó. «De la vida y la muerte», contestó el escritor. Stalin colgó.
Nada más acabar la guerra, Pasternak se puso a trabajar en su gran obra. Pensaba que no le llevaría más de dos o tres años, pero la tarea se fue alargando hasta completar una década. Mientras tanto, la persecución a los escritores se intensificó de nuevo. Las detenciones eran continuas y el proceso resultaba idéntico: los detenidos confesaban crímenes contra el Estado y eran enviados al paredón o al campo de trabajo de Kolymá, una sucursal del infierno próxima al Círculo Polar Ártico. «Estoy preparado para todo. ¿Por qué puede pasarle a todos los demás y a mí no?», repetía Pasternak.
Pero no fue detenido y a comienzos de 1956 envió el texto a la revista Nóvy Mir. Mientras esperaba el veredicto, firmó un contrato con el editor italiano Giangiacomo Feltrinelli, de ideología comunista y años después fundador de un grupo paramilitar que compitió con las Brigadas Rojas en el ámbito poco literario del terror. Ese contrato hizo que cundiera el nerviosismo entre los dirigentes del PCUS.
Se entabló así un tira y afloja entre los editores y el escritor. Según narra el mismo Pasternak en una carta enviada a la Unión de Escritores de la URSS días después de anunciarse que había ganado el Nobel, le propusieron realizar numerosos cortes en su texto. Él aceptó, pero la publicación se fue demorando. El escritor envió varias peticiones de aplazamiento a Feltrinelli porque no deseaba que la obra apareciera antes fuera de la URSS. Lo que no sabía es que el editor no recibió ninguna de esas cartas y sí otras, con su firma falsificada por agentes del KGB, en las que solicitaba la devolución del original. No fue la única maniobra para impedir la publicación de la novela: los servicios secretos y el cuerpo diplomático trabajaron con intensidad para amenazar y chantajear a Feltrinelli y otros editores interesados en la publicación. Incluso las autoridades italianas recibieron algún recado al respecto.
Durante un tiempo, se pensó que la Academia sueca, que estudiaba la concesión del Nobel a Pasternak desde 1946, había exigido la publicación de su novela en la URSS como condición para otorgarle el premio. El argumento era que no deseaba enfrentarse abiertamente a Moscú galardonando a un autor vetado por aquel Gobierno. Así se explica la operación de la CIA: a partir de las fotografías del original, se compuso el texto y se imprimió el libro, usando papel común en las imprentas soviéticas y utilizando varias máquinas diferentes para evitar que la falsificación fuera fácilmente detectable. De esa forma, semanas antes del anuncio del Nobel de 1958, los miembros de la Academia sueca tenían sobre sus mesas la prueba -falsa, pero ellos no podían saberlo- de que El doctor Zhivago se había editado finalmente en la URSS.
El hijo de Pasternak, Evgeni, explicó la pasada semana que la publicación en ruso de una nueva y colosal novela -en todos los sentidos- era más una cuestión de conveniencia que una condición imprescindible para el premio. En cualquier caso, la Academia le concedió el Nobel, y Pasternak se apresuró a enviar una carta a Estocolmo con su agradecimiento.
El escritor no contaba con la campaña de desprestigio que el aparato comunista de la URSS y de otros países acababa de poner en marcha. Como reveló en Madrid Evgeni Pasternak, el partido organizó protestas populares dentro y fuera de la URSS. La Unión de Escritores, creada en teoría para defensa de los autores literarios, arremetió contra él con entusiasmo inquisitorial. El Gobierno le hizo llegar un mensaje: si acudía a Estocolmo a recoger el premio, debería ir solo y nunca podría regresar a su país. Incapaz de soportar la presión, el escritor renunció al galardón y firmó, bajo amenazas, una carta bochornosa en la que daba la razón al comité central del PCUS. El Gobierno se lo agradeció obligándole a devolver las sumas recibidas de sus editores en el extranjero por la publicación de sus libros. Ahogado por la amargura, escribió un poema titulado El premio Nobel que, sin su conocimiento, salió del país y fue publicado por un diario británico, lo que no hizo sino aumentar sus problemas. Su sufrimiento terminó por ser tan intenso como el de su personaje Yuri Andréyevich, el doctor Zhivago. Murió el 30 de mayo de 1960, a los 70 años.
(Publicado en El Correo)