Ha muerto Wolfgang Wagner, que dirigió el festival de Bayreuth durante 60 años. Tras de sí deja una verdadera máquina de organizar espectáculos musicales con un magnífico nivel de calidad, y unas luchas entre herederos que podrían servir para que otro compositor, quizá un miembro de la saga, compusiera un drama con todas las pasiones: poder, sexo, amor, muerte, dinero… Decían ayer los wagnerianos de pro que con él se cierra una era, y seguro que es cierto. El mundo cambia a toda velocidad y ahora las eras duran sólo unos años, a veces unos meses, pero en este caso se pone fin a una etapa que se extiende desde la Segunda Guerra Mundial.
Wagner… uno de los grandes, nos gusten o no sus ideas políticas, escasamente democráticas. Pero es que no deberíamos analizar a personajes del siglo XIX con nuestros esquemas mentales del XXI, porque pocos superarían la prueba del algodón. Así que dejemos a Wagner en el libro de oro de la música y no enredemos con su pensamiento.
Y dejemos a David Bisbal… en el morro de un avión de Air Europa. Aún no he salido de mi asombro al enterarme de que un aparato de esa compañía ha sido bautizado con el nombre del cantante que en realidad deseaba ser un derviche giróvago. Yo solo pido a una compañía aérea que me lleve a mi destino con seguridad y una puntualidad razonable. Y, si es posible, sin ir demasiado encajonado en mi asiento. Me da igual cómo se llame el avión que me lleva. Pero, ¿de verdad no han encontrado un personaje de más relieve que Bisbal? Dios mío, qué falta de imaginación.