Hay leyendas que pueden tener un bonito fondo de poesía y misterio pero que las investigaciones históricas se han encargado de desmontar ya hace mucho tiempo. Me gustan las leyendas, lo confieso. Pero no me parece serio atribuirles vigencia cuando resulta que se sabe que no son reales.
Comento esto porque el pasado sábado, en un episodio de insomnio, me puse a escuchar la radio y tropecé con el programa de Iker Jiménez (Luis Alfonso Gámez, el titular de Magonia, deberá perdonarme por esto). No me hubiese detenido de no ser porque oí que hablaban de música clásica. En realidad, de los misterios de la música clásica. Así que estuve un rato escuchando hasta que pasaron a otro tema.
¿Qué decían? Pues durante media hora más o menos, hablaban de la leyenda del Requiem de Mozart. Ya saben, la bonita historia del hombre vestido de negro que llega un día a casa del compositor y le encarga un Requiem. Desde hace mucho tiempo se sabe quién lo encargó (el conde Walsegg-Stupach) y lo que pretendía (hacerlo pasar por una obra suya, de hecho tiempo después lo interpretó él mismo asegurando que era el autor). Pero claro, eso es mucho más prosaico que sugerir que quien hizo el encargo fue un espíritu o la muerte que se anunciaba de esa manera.
Después empezaron a hablar de Mahler y la maldición de la novena sinfonía. Ya saben, eso de que los grandes sinfonistas no lograron pasar de nueve desde Beethoven. Claro, hay que especificar desde Beethoven, porque Mozart y Haydn multiplicaron esa cifra. Y es cierto, Schubert, Dvorak, Bruckner y Mahler se quedaron en la nueve. Pero eso también tiene su trampa. Otro día hablaremos de eso. El asunto es que hubo un momento en que los participantes en el programa confundieron La canción de la tierra (una sinfonía con título) con Canciones a los niños muertos (un ciclo de lieder) y la cosa empezó a derivar. Con esta última obra, Mahler habría presagiado su propia muerte, se dijo. Falso. Era un homenaje a sus nueve hermanos, muertos en la infancia. La obra la concluyó en 1904, cuando no padecía aún la enfermedad coronaria que terminaría con su vida. De nuevo, la explicación tiene poco de leyenda.
¿Por qué no se pueden contar las cosas como fueron? La música de Mahler, como la de Mozart, es de una belleza tan extraordinaria que no necesita aditamentos, y menos si son falsos. Las sinfonías de Mahler (esa música tan biográfica, como me dijo una vez Javier Elzo) emocionan. El Requiem de Mozart pone los pelos de punta. Y todo ello sin necesidad de patrañas. Iker, estaría bien una rectificación.