Lo he leído hace unos minutos en un despacho de la agencia Efe. Un israelí de 50 años, residente en Jerusalén, acaba de pasar por los tribunales para divorciarse. Nada extraño, pensarán ustedes. Lo que pasa es que no saben que es la undécima vez que rompe un matrimonio. Al parecer, el hombre, de quien no se ha dado a conocer su identidad, se divorcia más o menos a los dos años de casado y confiesa que ha entrado en “una dinámica sin fin”.
Debe tratarse, sin duda, de un enamorado del amor, porque en cuanto se despide de su última esposa ya está buscando otra. Y así hasta hoy.
En sus once matrimonios sólo ha tenido un hijo, y no puede contribuir a su manutención -alega- porque no tiene recursos para ello. Aunque la nota de prensa no lo deja suficientemente claro, da la impresión de que este buen hombre no trabaja y se mantiene gracias a lo que ganan sus esposas sucesivas, de manera que puede haber en cada una de sus bodas algo más que amor.
Dicho todo esto, no me digan que no ven esta historia convertida en película. Creo que el director más adecuado sería Woody Allen, porque pocos como él para plasmar las difíciles relaciones de pareja. ¿Y el protagonista? (las mujeres sólo tendrían papelitos de apenas unos minutos, por supuesto) ¿Qué les parece George Clooney?