Gracias a un estupendo blog sobre trenes (el medio de transporte más civilizado que existe) me entero de que el metro de Manila ha sido decorado con versos en español de autores célebres. Ha habido experiencias parecidas en otros lugares, como Santiago (se ve en la fotografía que ilustra este post), y el suburbano de México llegó a poner rapsodas por los vagones, susurrando al oído viejos poemas a los viajeros. En Madrid, hace unos años, pegaron carteles en las puertas de los coches con poemas y arranques de obras literarias clásicas y modernas, y era un gozo ver cómo algunas personas los leían entre estación y estación. Estoy seguro de que algunos compraron los libros o fueron a una biblioteca a buscarlos.
En este mundo en el que las formas de llenar el tiempo de ocio son tantas y tan atractivas, el libro tiene que hacerse notar. Tiene que asaltar a los ciudadanos allá donde estén para gritarles que está ahí, que en cada volumen hay mil historias y mil sentimientos, que cada palabra está puesta en su lugar para causar asombro o placer o ambas cosas a la vez, que cada línea de cada relato está escrita pensando en cada uno de nosotros aunque el autor no nos conozca. ¿Para cuándo una experiencia similar en el metro de Bilbao?