Todos nos consolamos con alguna aplicación sencilla de la ley de probabilidades. Cuando nos subimos a un coche, o a un avión, a veces pensamos en las probabilidades (siempre muy escasas, porque de no ser así no nos subiríamos) de tener un accidente.
La misma ley nos vale para ser escépticos ante lo que se denomina buena suerte. Sabemos que lo más normal es que nunca en nuestra vida nos toque un viaje a los mares del Sur en un sorteo.
En aplicación de esos mismos principios, no tenemos ninguna duda de que es dificilísimo que nos toque el gordo en la Lotería de Navidad, incluso aunque tengamos muchos números. Pero que nos toque el gordo y otro premio importante, por ejemplo el tercero, es tan improbable que resulta más bien inverosímil.
Pues bien, hace unas horas, Ricardo Jiménez, el dueño del restaurante Gary, de Soria, ha hecho fracasar la ley de probabilidades. Le han tocado justamente esos dos premios de la Lotería. Si alguien escribe un cuento con ese argumento (“Érase una vez el propietario de un local de hostelería de la más pequeña capital de provincia española a quien le tocó en el mismo sorteo de Navidad el gordo y el tercer premio…”) todos pensaríamos que era una exageración lamentable y nos parecería más realista cualquier historia sobre una mutación genética en las cloacas de Nueva York.
Consuélense si no les ha tocado la Lotería y no maldigan el día en que pasaron por el Metro Moyúa y no tenían suelto para comprar un décimo. Es normal que no hayan tenido suerte. Ricardo Jiménez se quedó con toda.