El pasado fin de semana conocí la noticia de que cierra el cine Palacio de la Música, de la Gran Vía madrileña. Era la última sala de esa calle, donde durante décadas se concentraron los estrenos más importantes de la capital.
Estuve en ese cine unas cuantas veces durante mi época estudiantil, como en otros de la Gran Vía. Y, aunque con frecuencia eran salas con manchas de humedad y moqueta sucia que habían conocido un tiempo más esplendoroso que aquel en que las conocí, me gustaban. Me sigue gustando el cine en pantalla muy grande. O quizá deba conjugar el verbo en pasado, porque los únicos cines de ese tipo que quedan son los del modelo Imax o similar, y lo que se ve en ellos es muy espectacular, pero en la mayor parte de los casos no es estrictamente cine, sino documentales.
Por eso lamento la desaparición de esa sala, por más que no haya vuelto en muchos años y probablemente no volviera nunca, ni aunque continuara abierta. Creo que con su cierre termina una forma de ver el cine, y con ella una etapa vital de cada uno de los que tenemos más de 35-40 años. Quienes están por debajo de esa edad apenas han conocido otra cosa que los multicines de pequeña dimensión. En una cadena de TV, creo que Tele5, hicieron un pequeño homenaje al Palacio de la Música, con el maravilloso final de Cinema Paradiso. Vaya también desde aquí un recuerdo a esas salas que ya no volverán. Y disfruten viendo esa escena de Cinema Paradiso. Que pena que no haya sido la película proyectada en el Palacio de la Música.