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César Coca

Divergencias

Yad Vashem

Pocos premios me parecen tan merecidos como el Príncipe de Asturias de la Concordia otorgado al Yad Vashem, el Museo del Holocausto de Jerusalén.

El Yad Vashem es un dedo blanco señalando una herida abierta en Europa. Cada uno de los objetos que se pueden ver en el edificio lleva grabada una acusación y una llamada a estar alerta ante la intolerancia y el racismo. Hace hoy aproximadamente un año tuve la oportunidad de visitarlo y sigo conservando una impresión inolvidable.

Entre todas las imágenes que se pueden ver allí hay una que todavía me conmueve. La visita al centro finaliza en el área dedicada a los niños muertos en el Holocausto. Es una torre circular en cuyo interior reina una penumbra casi absoluta. En aquella oscuridad brillan unas pequeñas velas, una por cada uno de los pequeños asesinados. Hay que avanzar a oscuras, solo, como un niño que ha perdido a sus padres y se ve abandonado en un mundo hostil y peligroso. Es de noche y tiene miedo. Y la única luz procede de las velas. Una por cada niño muerto. Una por cada alma sacrificada a la aberración. Más de millón y medio de velas.

El premio Príncipe de Asturias al escritor israelí Amos Oz y este galardón al Yad Vashem son una forma de evitar el antisemitismo que, en algunos momentos, parece renacer en el mundo.

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