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César Coca

Divergencias

Al Guggenhein, con lupa

Hay exposiciones fáciles, difíciles e imposibles de ver. Por ejemplo, la de Kiefer en el Guggenheim se ve bien. Te enteras de lo que quiere decir el artista gracias a recorrido manejable, atractivo, lleno de satisfacciones.

Cabe preguntarse si el tamaño de los cuadros de Kiefer es apropiado y si en ellos hay una especie de esfuerzo olímpico por ver quién lo hace más grande. Pero ésa es otra historia.

En lo que me quería fijar ahora es en la exposición del tercer piso, la dedicada a los grabados de Durero. Qué pasada. Imposible de ver. Cada grabado del alemán es un mundo complejo, simbólicamente retorcido e históricamente profundo.

Ver uno sólo en condiciones saldría por una media hora. Hay más de cien, muchos de ellos pequeños, de esos que te tienes que acercar a veinte centímetros si quieres ver realmente algo. Y si llevas lupa, mejor. El resultado es que la gente deambula más que mira, algo ya demasiado frecuente en los museos de todo el mundo.

¿Para qué se hacen estas exposiciones imposibles de ver? Otra de las ‘incógnitas’ del Guggenheim.

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