Donna Leon se fue a vivir a Venecia porque le apasionaba la ópera y había conseguido un trabajo en una universidad. Acostumbrada a la rectitud anglosajona, en Italia encontró un filón, porque en ese país nada es lo que parece, y en todo sobrevuelan las corruptelas y segundas intenciones. Qué mejor que contarlo a través de novelas policíacas como la que acaba de aparecer, “Líbramos del bien”.
El mismo título ya merece un aplauso, igual que la frase que aparece debajo de él: «El camino del infierno está sembrado de buenas intenciones». Otra vez vemos en esta novela, la número 16 de la serie, al tranquilo comisario Brunetti, acostumbrado a la corrupción con un fatalismo muy italiano, aunque tenga que luchar contra ella por precepto profesional.
Esta vez el enemigo está en casa. Los “carabinieri” irrumpen en el domicilio de un pediatra y se llevan a su hijo de dieciocho meses. Todo apunta a que puede haber un caso de tráfico de menores para la adopción… En esta novela, por cierto, no hay asesinatos.
El estilo de Donna Leon rebosa elegancia y brilla en su sencillez. Pero, como los buenos escritores de novela policíaca, siempre parece querer decir algo aunque se prohíban moralizar. En algunos pasajes de “Libranos del bien” se incita a pensar en por qué tenemos tan pocos hijos, porque otras sociedades no paran de tenerlos y por qué, si no los tenemos, luego luchamos por adoptarlos. Todo esto, claro, con Brunetti, la “signorina” Elettra, etc., etc…