Estos días me estoy acordando mucho de lo que decía Luciano Rincón, articulista de El Correo durante muchos años y rojo de los cárcel incluida, sobre la democracia cultural. Lo decía con un sentido común extraordinario, que a lo mejor conviene recordar. Según Luciano, democracia cultural significaba que el ‘pueblo’, lo que quiera que esto signifique ahora, podía elevarse para comprender y disfrutar las obras de calidad, antes privilegio de curas, aristócratas y luego burgueses. Es decir, los museos estaban para exponer obras acreditadas y no motos o trajes, pues de esto ya hay en los concesionarios y en los grandes almacenes. Y lo digo sin señalar.
También me vino esto a la cabeza cuando una editora, muy buena persona por cierto, se empeñó en presentar como ‘clásico’ a uno de sus autores cuyos libros son malos hasta la náusea aunque, al parecer, se venden como rosquillas (por cierto, nunca los he visto en las listas de los más vendidos).
Confundía calidad con cantidad, y esto, que hace unos años era como de torpes, cada día tiene mayor predicamento. Como si la democracia cultural consistiera en repartir la basura.