
A veces, sólo a veces, los políticos son capaces de hacer cosas más o menos decentes. Y, sí se esfuerzan mucho, incluso pueden hacer algo bueno.
Una de ellas ha sido la decisión del Ministerio de Cultura de crear el Premio Nacional de Cómic. El tebeo -el arte secuencial, como lo llamaba Eisner-, siempre ha sido el hermano pequeño y gamberro de las artes. Una especie de niño tonto que manchaba las paredes. Esta consideración ha ninguneado a algunas de las mejores creaciones literarias y pictóricas del siglo pasado y de comienzos del actual. Desde Hugo Pratt hasta Moebius o Hergé o el propio Eisner o Kirby o Moore, o Miller o Mignola…. Y en España hay grandes dibujantes y mejores guionistas, como los históricos Carlos Giménez, Segrelles, Nazario, Font, etc…, y en el momento actual, el gaditano exiliado en Marvel Carlos Pacheco o Ken Niimura.
Reconocer este arte es un acto de justicia. Especialmente, en un momento en el que el cine se ha convertido en un pirata del cómic en todos los sentidos. No es casual que películas taquilleras como ‘300’ procedan de una historieta gráfica o que filmes oscarizados como ‘El Laberinto del Fauno’ beban de una estética tan propia del tebeo. Tengo una teoría al respecto. Es mucho más fácil imaginar sobre el papel que al hacer una película. En un cómic no cuesta nada conseguir que un dirigible choque con la Torre Eiffel o que una lechuga se convierta en una bailarina balinesa. Un cineasta tiene que pensar en dinero, en efectos especiales, mientras que un dibujante sólo tiene que dejar volar su imaginación porque el lápiz es muy barato. Por eso, los auténticos semilleros de sueños están en las páginas de los tebeos.