
Por favor, que venga la cultura a salvarnos. Estoy convencido de que los descerebrados que han protagonizado estos incidentes no son precisamente personas que leen libros, van a los museos los fines de semana y curan su melancolía escuchando los últimos cuartetos de Beethoven. Me apuesto algo a que si juntamos los libros que todos ellos han leído en el último año (incluyo a los presidentes y propietarios de los clubes; me dicen que uno de ellos es ¿abogado?. ¿Qué estudió este señor en la Facultad?) apenas tenemos lectura para unos minutos.
Un estadio de fútbol es hoy la peor escuela de civismo y tolerancia. Por favor, no crean que esto es algo que sucede en otros lugares. En nuestros campos también se arrojan objetos y también se insulta (a veces hay quien confunde un gentilicio con un insulto) a los rivales y a los hinchas de los rivales. Por supuesto que en los campos hay gente normal, buenos ciudadanos que van a ver jugar al fútbol y a animar a su equipo. Pero me temo que cada vez son menos. Yo ya conozco a alguno que ha decidido no llevar nunca a sus hijos a un estadio, para no verse obligado a dar enojosas explicaciones sobre comportamientos inaceptables.
Sólo la cultura, entendida en su sentido más amplio, puede resolver este problema. Y eso es algo en lo que deberían pensar los responsables educativos, tan empeñados en quitar horas lectivas de Filosofía, Historia y Literatura, para dárselas a la Tecnología (antes lo llamábamos Trabajos Manuales), la Informática y demás. Si no, en breve los partidos se jugarán a puerta cerrada. Al tiempo.