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César Coca

Divergencias

Mankel y el molinillo

No estaba Mankell el pasado miércoles en sus mejores momentos.
Hasta cierto punto, le entiendo. El día anterior le habían dado el
Premio Pepe Carvalho de la Barcelona Negra, había comido con el
alcalde, con el concejal, con el otro, con el de la moto, había dado
una rueda de prensa… Un coñazo para un escritor, en general para los escritores, un poco vanidosos, sí, pero también algo solitarios.
Estaba cansado. Y se levantó con mal pie. Nos recibió a mí y al
fotógrafo Vicens Giménez en la editorial Tusquets con un frialdad
nórdica y con pocas ganas de hablar. Pero tenía que hacerlo y al final
dijo algunas cosas, que veréis el domingo en El Correo.
Yo no fui el único que habló con él y luego tenía que ir al Teatro
Romea, donde le esperaban setecientas y pico personas. Es la voracidad
de los medios, de la gente por el tipo famoso y conocido, de la
editorial por el que da pasta. Y él está en medio, sabiendo que tiene
que pasar por el aro y pensando al mismo tiempo que ha vendido 20
millones de libros y que tiene unos cuantos kilos de euros en el banco.
Me daba la sensación de que Mankell, después de haberse convertido en
un escritor famoso, ya no le gustaba serlo.

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