No es que me haya puesto filosófico en este principio de año. Lo anterior viene a cuento porque he estado escuchando estos días (adivinen qué me han traído los reyes) la versión de los Nocturnos de Chopin a cargo de Artur Rubinstein. El sello RCA ha vuelto a poner en su catálogo la grabación de 1965, cuando Rubby, como le llamaban sus amigos, tenía ya 77 años.
Nadie lo diría escuchando el disco. Claro que al viejo pianista aún le quedaban doce años más de carrera, porque se retiró con un recital repleto de obras de extrema dificultad… a los 89. Maravillosa vitalidad de un músico que tras un temprano intento de suicidio logró -él mismo lo dijo- la felicidad.
Rubinstein ofrece una increíble interpretación, con una sabiduría propia de la edad y una frescura que no tienen muchos pianista de veintitantos. Ya sé que hay otras versiones muy buenas: Arrau, Pires, Pollini... Pero esta tiene ese punto de magia que sólo está al alcance de los elegidos y no en todas sus interpretaciones. Así que la nostalgia venía a cuento de este artista ya desaparecido que es uno de esos que logró cimas que aún están ahí como retos a superar.