Hace unas semanas, Antonio Basanta, vicepresidente y director general de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, comentaba en una entrevista publicada en El Correo que hay países como Austria donde por ley los programas de televisión deben introducir los libros de alguna manera. Pues bien, días atrás me sorprendió ver cómo en un episodio de El comisario uno de los policías (creo que es el segundo de la comisaría) estaba leyendo Travesuras de la niña mala de Mario Vargas Llosa. Incluso una compañera hacía un comentario del estilo de “ese libro está muy bien” o algo así.
Me temo que era publicidad incluida en el guión (también había otro anuncio, mucho más descarado, de la Formación Profesional), pero me parece una idea excelente. Los libros forman parte de la vida cotidiana de muchas personas,
pero en la televisión que se hace en España son invisibles dentro de
las series. Vemos casas y en ellas salones, cocinas, dormitorios. Allí
hay ropa, televisores, equipos de música, hornos, y un sinfín de
productos de marcas fácilmente identificables (en la cocina de Los Serrano hay más marcas de electrodomésticos y alimentos que en muchas tiendas) pero nunca o casi nunca libros. Bienvenidos sean. Sólo falta que la próxima vez aparezcan porque se le ocurre al guionista y no porque sea un anuncio. ¿O esta vez no lo era?
P. S.
El Cervantes ha sido para Gamoneda. Los intensos rumores de los últimos
días sobre que lo iba a ganar seguro por sus buenas relaciones con
Zapatero han tenido algo perverso. Ahora, un gran poeta estará
contaminado para siempre con la sospecha de que se lo han dado por
motivos no estrictamente literarios. Algo debe cambiar, y pronto, en el
Cervantes.