Lo que más me ha llamado la atención ha sido el entusiasmo con el que
algunos han acogido el episodio, porque se confirmaban sus tesis en el
sentido de que hoy es posible que cualquiera sea periodista: se escribe
una historia o se filma en vídeo y se coloca en la red, y ya está, el
ciudadano comunicador en acción, haciendo aquello que el periodista
profesional no hace.
Que nadie crea que lo que digo se debe al gremialismo en estado puro.
Pero a mí me parece que pocos se están deteniendo a examinar los
peligros que todo ello supone. Porque convertir al ciudadano común en
periodista es -en otro nivel, ya lo sé- como convertirlo en médico. Al
fin y al cabo, cualquiera puede conocer una noticia como cualquiera
tiene experiencia de lo bien que le ha ido un tratamiento para un mal
que padecía. Pero yo no me fío de las recetas de quienes no han
estudiado Medicina y no me voy a fiar de lo que me cuentan quienes no
se dedican profesionalmente al periodismo, a menos que yo lo contraste de
alguna forma. Los periodistas profesionales me ofrecen esa garantía (o
debería ser así): han contrastado las noticias y lo que me dicen es
cierto. Visto desde uno u otro ángulo, pero cierto en los datos básicos.
¿Me
puedo fiar del ciudadano anónimo que cuelga su texto o su vídeo en Internet?
¿Ha verificado la información? ¿Y qué decir del que, conscientemente,
quiere colar gato por liebre? Orson Welles engañó a miles de personas
con su adaptación radiofónica de La guerra de los mundos. Hoy, por
extraño que parezca, somos mucho más crédulos, y estamos muy dispuestos
a creernos cuanto circula por Internet, sin verificación alguna. De ahí
que a mí todo esto de los ciudadanos por amor al arte recogiendo
noticias y convirtiéndose en periodistas me parezca digno de tomarlo
con mucha precaución.
Goebbels habría disfrutado muchísimo con una
situación tecnológica como la actual: los jóvenes hitlerianos habrían hecho
un estupendo papel como periodistas espontáneos, y habrían contribuido
a multiplicar no por mil sino por un millón algunos bulos sobre los
judíos. ¿Le importaría a algún teórico del periodismo de los de verdad
pensar un poquito sobre todo esto y no dejarse subyugar por los efectos
más vistosos y superficiales de la tecnología? No sé por qué me da que sus conclusiones no serán tan optimistas.