Ante todo, felicidades por el premio Buber al compañero magonio Luis Alfonso Gámez (ver sección de blogs del Correo Digital), una persona que aún se preocupa de distinguir la verdad de la mentira,
cuando la primera se ha convertido en un exotismo, en una rareza, como
me decía una amiga, más aún cuando mentir no tiene consecuencias
negativas, aunque te pillen: vale con encogerse de hombros o con poner
carita de bueno. Si todo es relativo, nada es verdadero: este el último mantra de los charlatanes con ganas de hacerse un dinerillo, que no son pocos.
Pero, en fin, la cosa no iba de esto, al menos no exactamente. Estaba pensando en las epidemias culturales, en las replicaciones, en las metástasis, en copiar y copiar, vaya. Si a una persona o grupo se le ocurre una idea con éxito, pues enseguida se monta una cola con ganas de hacer lo mismo.
Por ejemplo, los festivales de rock al aire libre, al poder ser durante
días. Si no me equivoco, los primeros de la edad posmoderna -qué lejos
queda Woodstock, para bien o para mal- fueron los de Doctor Music en
Lérida. Luego se apuntó todo quisque, es decir, todo ayuntamiento con
ganas de aflojar una pasta. Bilbao ha sido el último. Viva la imaginación.
Lo mismo sucede con la novela histórica, y lo
digo con todo el respeto hacia muchos de sus autores y hacia el género
en general. Hay gente que se ha creído que con poner un morisco, un
científico gnóstico y un arquitecto al que se le cae una piedra de la
catedral, todo está solucionado. Qué majos.
E Igual sucede con las artes plásticos. Hace ya
muchos años se le ocurrió a algunos artistas que había retratar en foto
gigante a gente corriente, por lo de la impersonalidad del
mundo contemporáneo. Ahora, muchos de esos fotógrafos son igual de impersonales que las personas que retratan.
Yo no creo en la originalidad, sé que todo sale de algún sitio,
pero me parece que el creador debería tener algo de orgullo para dejar
un poquito de huella. ¿O no?