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César Coca

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Himnos

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Lo pensaba estos días, mientras comenzaba a leer Ahora que te tengo, el libro reportaje sobre el sida que ha escrito un compañero de EL CORREO, Fermín Apezteguía. Un claro ejemplo de trabajo serio, documentado y sin la menor concesión al sensacionalismo. Me refiero al enorme poder de la música. Algunos enfermos le cuentan a Fermín que han convertido ciertas canciones o temas musicales (también hay clásica) en verdaderos himnos.
No hay nada que tenga ese poder. Ningún cuadro, ninguna obra
arquitectónica, ninguna novela. Si acaso, en la poesía se puede hallar
algo parecido.

Canciones que, con independencia de su calidad, se convierten en símbolos de esperanza o de resistencia. Algunas de las elegidas por los protagonistas del libro son reveladoras desde su mismo título: I will survive, Resistiré… En otras es más difícil hallar el motivo por el que seres humanos que sufren se han aferrado a ellas.

Quienes sufren (en algún momento de nuestra vida, y aunque sea por
motivos nimios, nos ha pasado a todos) y quienes son felices, todos
tienen, todos tenemos, canciones que van jalonando etapas de nuestra existencia.
Todos asociamos alguna música a aquel episodio de felicidad o a este
otro de intenso dolor, a aquella etapa desorientada de nuestra vida o a
esa otra que fuimos tan felices, a un tiempo que desearíamos no haber
vivido o a otro que hubiésemos querido detener para que no terminara
nunca. Músicas que nos han dado fuerza para seguir adelante o han
calmado nuestro dolor cuando esa felicidad ha terminado.

Repito que estoy convencido de que en ello no influye para nada la calidad de los temas. Da igual. Su fuerza es inigualable. ¿Alguien se imagina una vida sin música?
¿Alguien, salvo que sea sordo de nacimiento, carece de himno propio, de
una canción que le ha acompañado en momentos clave de su existencia?
 

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