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Lo confieso sin rubor:
envidio a un puñado de viejos periodistas, envidio su capacidad narrativa, su dominio del lenguaje, su estilo sobrio y transparente, su pulso para el juego de palabras ingenioso (nunca absurdo, nunca buscando el efecto fácil) y el adjetivo certero, brillante… y escaso.
Pensaba eso esta misma mañana,
mientras leía una -a mi juicio- magistral columna de Manuel Alcántara. Y pensaba también en la
más que acertada reedición en los últimos años de libros recopilatorios de trabajos de periodistas ya desaparecidos, como
Josep Pla,
Eugenio Xammar,
Gaziel y otros. Me parece que
ya no se hace un periodismo así, de esa calidad, con esa visión profunda, certera y culta de cuanto pasa en el mundo. Con capacidad para explicar y sorprender.
Quizá los suyos eran otros tiempos (y Alcántara es probablemente el último veterano, un representante tardío, por su edad, de esa generación), una época en la que se escribía sin tanta urgencia, en la que era más importante lo que se decía que el espectáculo montado en torno a ello.
Un tiempo con menos prisa y más curiosidad.