Flaming Lips siempre han sido uno de los grupos más majaras del mundo, una especie de herederos de mis admirados Butthole Surfers: igual que ellos, parecen establecer insólitas conexiones mentales y musicales a través de los túneles que han horadado en sus cerebros las drogas psicodélicas. Su éxito masivo a finales de los 90, y entiéndase masivo con todas las salvedades propias de la música que solemos tratar por aquí, quizá les hizo suavizar un poco su ramalazo absurdo, pero últimamente se les ve de nuevo en un periodo de efervescencia orate, a punto para la camisa de fuerza, como debe ser. Hablamos de unos tipos que han realizado dos de sus lanzamientos más recientes en un formato imposible de piratear: gominolas gigantes. Primero fueron cuatro canciones en una memoria USB que venía insertada en un cerebro que, a su vez, encajaba en una calavera con sabor a marihuana. Ahora han metido tres temas en otro USB que viene dentro de un, ejem, feto rosa con sabor a chicle. Y lo siguiente es lo que llaman «vagina calavera», un cráneo de gominola con una vulva en el cogote, por la que se podrá extraer cómodamente, aunque quizá con algo de reparo, el correspondiente pendrive.
Por si esta deriva hacia la industria de las chuches fuese poco, los Flaming Lips también han grabado un EP junto a Lightning Bolt, dúo de batería y guitarra especializado en una rabiosa y frenética aberración ruidista. No he tenido la suerte de ver a Flaming Lips en directo, pero sí a Lightning Bolt, en L’Mono, y les aseguro que saben brindar una experiencia intensa. Como han ilustrado una de las canciones de la colaboración con un videoclip casero, se la puedo colgar aquí: se titula I Want To Get High But I Don’t Want Brain Damage (vamos, algo así como ‘Quiero colocarme pero no quiero daño cerebral’) y pueden saltarse el minuto y veinticuatro segundos de presentación que se casca Wayne Coyne.