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“No era consciente de que parar significaba la muerte”

Conquistar el Kangchenjunga pudo tener consecuencias fatales para Edurne Pasaban (35 años). Una bronquitis, el calor y el agotamiento derivaron en un desfallecimiento al día siguiente de hacer cumbre, cuando lo peor parecía haber pasado y descendían del campo IV al III. Salvó la vida gracias al empeño de sus compañeros Alex Txikon y Ferrán Latorre. El vizcaíno le cuidó, alimentó y literalmente arrastró, hasta la llegada de los sherpas. Entre todos solventaron una situación límite, la más comprometida en la carrera de la ‘ochomilista’ tolosarra, que finalmente se ha solventado con unas ligeras congelaciones que no les impedirán ir en octubre al Shisha Pangma y de las que se recuperan en la clínica MAZ de Zaragoza, donde relataron a EL CORREO con todo detalle el dramático descenso.


–La jornada de cumbre duró prácticamente 24 horas, lo mismo que en el K2 en 2004. ¿Hay más similitudes en los dos ataques?

–Antes de empezar, me decía a mí misma ‘esto se va a convertir en otro K2’, por que teníamos la referencia de la coreana Ms. Ho, que con oxígeno, empleó treinta y pico horas en total unos días antes que nosotros. Y cuando nos lo contó, yo me decía ‘si ella con oxígeno ha tardado eso, ¿Cuánto tardaremos nosotros?’. Aquí el motivo del retraso no ha sido la nieve como en el K2, sino porque la ruta es larguísima y muy técnica, siempre entre rocas y por un terreno muy sinuoso, todo el rato subiendo y bajando. A veces tenías la sensación de que estabas haciendo una arista del Pirineo, pero a ochomil quinientos metros de altitud.

–Pese a todas esas dificultades, llegó bien al C-IV. Los problemas vinieron al día siguiente.

–Exacto. Llegué de la cima al campo IV incluso mejor que Asier [Izagirre]. Llegamos a la tienda, bebimos algo, nos metimos en el saco, nos quedamos dormidos y ya está. Al día siguiente me levanté bien, pero cuando comenzamos a bajar hacia el campo III, hacía un calor exagerado. Es un ‘plateau’ de nieve inmenso y allí no sé qué me pasó. No se si fue el calor o qué, pero me hundí, me dio el bajonazo. Me senté, me quité la mochila y les dije ‘yo me quedo aquí’. Y es cuando empezaron a decirme ‘venga, un poco más, levántate y anda un poco más’, pero llegó un momento en que no podía. Inconscientemente, dentro de ti dices ‘te tienes que levantar de aquí’, pero el cuerpo no me respondía. Yo les veía a estos pobres que me arrastraban y hacían todo lo posible para que siguiese, pero mi cuerpo no respondía.

–¿No perdió la consciencia?

–Nunca. Yo me daba cuenta que me levantaban los pies o me arrastraban, o les decía ‘cogerme esto o lo otro’. La mente me respondía, pero el cuerpo no. Yo veía a unos metros un banderín y me decía, ‘venga Edurne, vamos a gatas, como los niños, a ver si así llegas’. Pero no podía, el cuerpo no se movía.

–¿Es la primera vez que te pasa algo así?

–Sí. Es como decir, ‘Pero Edurne, ¡Qué haces! Venga tía ¡Venga! No hagas tonterías, que tu cabeza está funcionando bien. Déjate de bobadas y vete hasta ese banderín’. Pero tu cuerpo no puede, y te sientes totalmente inútil. Hay momentos en los que hasta te sientes culpable y piensas ‘les estás tomando el pelo. Ellos aquí ayudándote y tú no les haces ni caso. Te estás inventado todo para que te lleven hasta el campo III porque tú crees que estás cansada’… ¡Uf!… Unas paranoias increíbles. Luego, encima se puso a nevar, se cerró el tiempo… Menos mal que al final subieron nuestros tres sherpas y nos ayudaron.

–Y se os hizo tarde.

–Claro, tardamos cuatro o cinco horas lo que se suele hacer en poco más de media hora.

–Viendo lo que sufrió, las congelaciones que tienes son mínimas.

–Desde luego. Pero es que además son del día de cumbre. Ya me había visto los dedos morados la noche anterior, en el C-IV.

–Y luego llegó la decisión de tomar oxígeno artificial.

–Sí. Cuando les explicaron lo que me pasaba, los médicos del CB decidieron que necesitaba oxígeno artificial, pero no había en el campo III. Entonces, Oriol [Rivas, de la expedición de Alberto Zerain], que había subido al C-I para esperarnos y traernos unos refrescos, le explicaron que las cosas se habían complicado y que yo necesitaba oxígeno. Entonces se lo pidió a los sherpas de una expedición americana. Su respuesta fue que la botella costaba 400 dólares a pagar al contado. Así estuvieron un buen rato regateando, hasta que convencieron por walkie al responsable del grupo, que estaba en el CB, que les íbamos a pagar cuando bajásemos. Y es cuando por fin pudo subir el oxígeno al campo III.

-¿Eras consciente de lo mal que estabas?

–Para nada. No era consciente de que estaba tan mal. De cabeza estaba bien…

–Pero sí hay un momento en el que les pides que te dejen allí.

–Eso sí. Además me puse así, como un fetillo [Edurne hace el gesto de un bebe que se acurruca] y les dije ‘dejarme aquí y lo, lo, lo ,lo’. Y estos me decían ‘que no, que no, vamos Edurne’ y éste [señala a Txikon] me decía ‘venga pitxin, sigue’ y me daba besos para que reaccionara y yo le respondía ‘¡Dejame en paz!’. Pero sin ser consciente de que parar significaba la muerte. Simplemente estaba cansada y quería descansar. Son pensamientos muy simples, elementales, sin darte cuenta de las consecuencias. Pero luego, había momentos que me decía ‘tengo que moverme y llegar al campo III’, mientras otra parte de mí quería dejarlo. Es como el diablillo y el ángel de los dibujos animados que revolotean sobre la cabeza y se pelean por convencerte cada uno de su idea. En otros momentos, por el contrario, me culpaba a mí misma y me decía ‘Edurne, lo estás haciendo a propósito para que te den mimos y te ayuden a bajar’, pero evidentemente no era así. Es una sensación muy muy extraña.

–¿Qué conclusiones has sacado de esta experiencia?

–Yo creo, y lo he comentado con los médicos y me lo han confirmado, que el problema fue que hice el ataque a cumbre con una bronquitis muy fuerte. Y la combinación de cansancio con la enfermedad tuvo ese resultado. Yo nunca había echado tanta sangre por la boca. Más que esputos eran cachos de carne sanguinolenta.

-¿En el K2 no llegaste a ese límite?

-No, no. Para nada. Allí estaba muy cansada y me llegué a quedar dormida, pero luego llegó Juan y me ayudo a bajar, pero sin tener esa sensación de desdoblamiento, de perder na noción de la realidad. En el K2 fue una bajada dura, pero llegué hasta abajo, poco a poco, pero llegué. Yo creo que el problema aquí es que estaba enferma antes de llegar a la cumbre. Por que si no, no es entendible que después del día de cumbre y de descansar y rehidratarme toda una noche me pase eso. No tiene lógica. Hubiese sido más lógico si me pasa bajando de la cima, pero no del C-IV al C-III. Por eso cuando he llegado aquí lo que más me ha preocupado es saber qué me pasó. Y efectivamente las pruebas han descartado cualquier edema. Con el doctor Kiko Arregi hemos llegado a la conclusión de que fue la combinación del cansancio con la bronquitis que tenía los días previos al ataque a cumbre.

-¿Ms. Ho, la coreana que está intentado hacer todos los ochomiles con oxígeno, te preocupa?

-Es que es otra guerra. Es una competición entre dos coreanas, como ya hicieron hace cinco años los dos primeros coreanos que completaron los Catorce. Las dos luchan por ser la primera de su país y para ello les vale todo. Ms. Ho, por ejemplo, tiene equipos trabajando exclusivamente para ella que llegan antes a la montaña, le preparan la ruta y luego ella llega, está unos días en el CB, se enchufa el oxígeno y para arriba. Pero lo que más me fastidia es que la tía miente. El otro día, después de que hiciese el ‘Kangchen’, una semana antes que nosotros, fui a su tienda comedor a felicitarla cuando le pregunté por sus planes me dijo que se iba para casa, que estaba echa polvo y que no pensaba subir el Dhaulagiri. Pero luego al rato, estuve hablando con sus sherpas, con los que tengo buena relación de otras expediciones, y van y me dicen que ahora se van para el Dhaulagiri para subir con ella. Eso me parece ridículo. Que mienta de esa manera. Pero si yo no voy a cambiar mis planes porque tú vayas o dejes de ir al Dhaula.

-¿Cómo definiría el Kangchenjunga?

-Es una montaña muy grande. Buscando una comparación, el K2 es muy grande, pero el ‘Kangchen’ es gigante, un monstruo al que te tienes que ir acercando poco a poco. Y es muy larga. Ir de un campo a otro no supone una ascensión con equis metros de desnivel, no. Supone una travesía en la que subes, bajas, sorteas seracs, cruzas glaciares… Es una montaña en la que debajo de ella te sientes muy poca cosa. No es una montaña, es todo un macizo en un circo muy grande. Técnicamente, además, continuamente hay tramos complicados que exigen instalar cuerdas. Y el día de cumbre es muy duro, porque entras primero en un corredor de nieve y luego son todo tramos rocosos, salteando viras con rocas y más rocas. El sitio es muy complicado.

-¿Qué se ve desde la cima?

-Es una cumbre muy bonita. Y sagrada, que no se puede tocar la punta. Como referencia, había una bandera nepalí con dos botellas de oxígeno un poquito más abajo, y era el límite al que los sherpas habían establecido que podíamos llegar. Ahí es donde nos hicimos la foto.

-En las imágenes de ‘Al filo’ Oiarzabal incluso parece hacer una reverencia.

-Sí. Cuando llegamos, Juanito se tumba y besa la bandera. Fue su forma de agradecer que habíamos llegado hasta allí arriba.

-El panorama debía ser impresionante.

-Sí, si. El paisaje es una pasada. Tengo un foto de 360º en la que se ve todo. El cielo estaba limpísimo. La cumbre es impresionante. Fíjate si estabamos bien y tranquilos que justo debajo de donde se nos ve en la foto de cumbre, empieza ya la roca y hay como una pequeña visera que hace una peña. Allí nos metimos debajo y estuvimos comiendo un poco de chocolate y bebiendo. ¡Como si estuviéramos en Pirineos!

-¿El que fuese tan tarde no os hizo dudar?

-Yo no me di cuenta ni qué hora era cuando llegamos a la cumbre. Me di cuenta a la mañana, sobre todo cuando amanecía, que podía ser un poco tarde, pero a partir de allí no hice caso. Luego nos cruzamos con los coreanos, que bajaban, sobre las once y media y nos dijeron que estabamos a hora y media de la cumbre. Nos pareció poco por que ellos estaban con oxígeno, pero quizás sí unas tres horas. Ése es el último momento que tengo de una referencia horaria. Y por supuesto no tardamos eso, pero es que arriba se complica mucho la ruta, con continuas subidas y bajadas. Hay un momento en el que llegas a una especie de chimenea potente, de unos diez metros, que hay que rapelarla, y cuando llegas abajo te metes en una zona de rocas y continúas por unas viras. Encuentras bloques de rocas como una casa de grandes. Y claro, luego, en el descenso, hay que hacer todo eso en sentido inverso y subir esa chimenea que antes habíamos bajado. De verdad es muy muy complicado.

-¿Tras esta cumbre ves por fin Los Catorce a tu alcance?

-Hombre, sí que los veo más cerca. Mucho más cerca. Creo que me he quitado un buen hueso. Antes de hacer al ‘Kangchen’ yo me decía que no me tenía que emocionar con Los Catorce hasta no subirlo. Y lo que ha pasado y hemos sufrido ha confirmado eso, que era muy duro de pelar.

-¿Podrás mantener los planes de intentar en otro el Shisha Pangma pese a las congelaciones?

-El doctor Kilo Arregi me ha dicho que sí, que sin problemas si este verano me porto bien y no ando por nieve ni sitios fríos. Que entrene bicicleta y al sol, y que para septiembre fijo que podré ir. Además el Shisha es un ochomil justo, bajito, así que sin problemas. Cuando me lo ha dicho me he animado mucho, porque recordaba la larga recuperación del K2. Pero esto no tiene nada que ver.

-¿Has hablado con tu amiga Gerlinde Kaltenbrunner tras hacer cumbre?

-No. No he tenido ocasión.

-Ya sabes que al día siguiente que tú ella hizo el Lhotse.

-Ya, ya me lo comentaron. Hemos hablado durante la expedición y espero poder llamarla en cuanto pueda.

-¿Y qué tal la relación con Nives Meroi en el campo base?

-Rara, muy rara (Edurne sonríe). En cuanto me veía se escapaba. La verdad es que es una tía más rara que la leche. Y por lo que me han dicho se dio la vuelta por su marido.

-De los ochomiles que has hecho cual es la cumbre más bonita, la más fea y la que nunca volverías.

-¿Volver? ¡A ninguna! (Edurne ríe con ganas). A ver, en serio, la más bonita no sabría decirte. Yo creo que todas han tenido su historia bonita. Yo creo que el conjunto de poder escalar todos esos ochomiles y conocer el himalaya, es lo bonito de todo. Compensa todas las penalidades sufridas. Y sobre todo por los países que he conocido. El vínculo que tengo con Nepal, con su gente… Eso no se paga con nada. Es los más importante de todo.

-Y tu madre que dice de todo esto (está en la habitación y ha asistido en silencio a toda la conversación).

-Pregúntaselo a ella… ja ja ja… (su madre rehuye contestar y sólo explica su alegría por tener a su hija allí, junto a ella).

Por Fernando J. Pérez e Iñigo Muñoyerro

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