El lemoarra Alex Txikon (28 años) se convirtió en un inesperado ángel de la guarda para Edurne Pasaban en el dramático descenso del Kangchenjunga. Su emocionante relato evidencia los malos momentos vividos, pero también su determinación para sacar a la tolosarra de aquella situación.
-¿Cómo fue el día de cumbre?
-Muy muy largo. Quedamos para salir a las doce de la noche. Pero ya a las diez, mientras estábamos con los preparativos, haciendo agua y demás, notamos que el viento empezaba a soplar con fuerza. Y no paró hasta la una y pico, así que estuvimos esperando a que amainara. El caso es que al final salimos para cumbre a la una y media. Así que ese fue el primer retraso.
-¿Porqué fue tan larga la subida? ¿Era lo previsto u os retrasó algo?
-Nada en especial, pero hacía mucho frío también y fuimos un poco más lentos de lo normal. Además, los primeros tramos eran muy empinados y al hacerlos de noche vas con más cuidado. Todo eso nos fue retrasando poco a poco. Estuvimos tres veces a punto de darnos la vuelta. Asier (Izagirre) por que tenía mucho frío, Juanito (Oiarzabal) por que íbamos lentos y se iba a hacer muy tarde, y Edurne, al ver las dudas de los otros dos también comentó para bajarnos. Pero yo lo tenía muy claro. Cada vez que lo comentaban yo les gritaba “¡Para arriba, para arriba!”. Por fin, en la tercera intentona de darse la vuelta les chillé “¡Venga, por favor, venga equipo, que hay que subir!”. Le dije entonces a Ferrán (Latorre) que se pusiese a tirar por delante mientras yo cerraba el grupo y así siguieron hasta arriba. Así que al final hicieron cumbre por mí y el que me quedé sin ella fui yo!
-¿Qué te pasó para no llegar a la cima?
-En el torreón final, ellos se metieron a la derecha y yo, que iba un poco rezagado, tranquilito, sacando fotos y filmando, me desvié un poco a la izquierda y llegué a un punto bastante técnico unos cuarenta metros por debajo de la cumbre. Volví a bajar para ir por el otro lado, pero entonces vi a Ferrán que bajaba y pensado que si yo seguía para arriba podía retrasar al grupo me bajé con él. ¡Y luego resulta que estuvimos más de hora y media esperándoles un poco más abajo! Estuve casi dos horas a media hora de la cumbre. ¡Fíjate si hubiese tenido tiempo de llegar a la cima! Pero bueno, no llegué hasta el punto más alto, aunque para mí, personalmente, como si hubiese hecho cumbre, vamos. Estaba allí mismo. Al lado, al lado…
-O sea que no fue un problema físico…
-No, no, para nada. Simplemente que era un terreno en roca, con poca nieve, donde la huella apenas se veía y vas a lo tuyo, disfrutando de la ascensión y las vistas, tras haber hecho lo peor, y yo me desvié un poco…
-Y no tienes un poco de frustración por haberla tenido tan cerca y no haber llegado?
Bah… No… hombre, un poco de pena sí que te da. Da pena por que dices, “joer, no haber pisado la cumbre teniéndola tan cerca…”. Pero, de verdad, para mí personalmente es como si hubiese llegado a la cima. Me he quedado satisfecho como si la hubiese hecho. Además yo soy un tío conformista, tranquilo, porque mis compañeros, y sobre todo Edurne, que es por la que estábamos allí, llegaron hasta arriba y yo es algo que no necesito, por que no estoy metido ni me interesa lo de los catorce ochomiles.
-Y la bajada…
-Ferrán y yo nos adelantamos y llegamos al campo IV sobre las ocho de la noche. Por detrás vino Juanito, y por último Edurne y Asier. Todo sin problemas. Muy cansados, pero bien. Fíjate. Igual el que peor bajó de la cumbre fui yo, por que tenía muchísimo sueño y en algún momento que paré a descansar me quedé dormido. Y cuando Ferrán me vino a despertar le debí de decir alguna incongruencia, según me contó luego.
–El día siguiente, el de la bajada del campo IV al III comenzó con normalidad.
–Si. Madrugamos, desmontamos el campamento y comenzamos a bajar. Íbamos todos en grupo, sin novedades. Hasta que Edurne empezó a ir muy lenta y a quedarse rezagada. Primero le cogí su mochila y me quedé cerca de ella mientras los demás seguían a su ritmo. De pronto se sentó, me acerqué a ella y vi que ya no reaccionaba. ‘¡Ostras!’ pensé, ‘hay que hacer algo rápidamente’. Llamé a Ferrán, que venía también un poco rezagado, y a Juanjo Garra [del grupo de Alberto Zerain], que también bajaba con nosotros, le dije que bajase corriendo al C-III a buscar ayuda. Al verla allí tumbada me dije ‘hay que sacarla de aquí como sea’, le dimos un miligramo de Fortecortín (Dexametasona), y empezamos el descenso. A partir de ahí la situación se puso cada vez peor. Del sol y el calor con el que salimos del C-IV pasamos a una ventisca y una nevada impresionante, y sin casi visibilidad. Me eché a hombros a Edurne y la bajé un rato, cien o doscientos metros, antes de quitarnos las mochilas y abandonarlas, porque no hacían más que molestarnos.
–Fue un momento verdaderamente duro.
–Malo. Pero malo, malo. Fue cuando Edurne comento a decir ‘dejarme aquí, dejarme aquí, por favor’. Yo peleaba con ella para que no se durmiera, unas veces dándole mimos y otras enfadándome con ella, gritándole o raspando su cara con mi barba para que reaccionara. Al menos, en esos momentos me decía ‘jo, que pesado Alex, déjame en paz’. Yo le insistía: ‘Edurne, por favor no te me duermas. Siente tu cuerpo, ayúdanos a caminar. Camina por tu familia, acuérdate de la gente que te quiere’… le daba de beber… Y así durante todo el descenso. Hubo momentos en que no sabíamos ni como bajarla. Al principio la arrastrábamos por la nieve. Luego, cuando el medicamento le hizo efecto y se pudo poner de pie, la bajamos sujetándose en nuestros hombros. El problema es que había tramos muy técnicos, con rapeles y todo.
–Además, Edurne perdió sus guantes.
–La verdad es que no entiendo cómo no he bajado con congelaciones en las manos, porque en un momento dado nos dimos cuenta de que no llevaba guantes y yo le dejé mis manoplas. ¡Hice todo el descenso con las manos a pelo!, con una nevada y una ventisca alucinantes y ¡mira! [Alex levanta entonces con indisimulado orgullo las manos, que en las puntas de los dedos muestran el característico color amarillo de una incipiente congelación), ¡no tengo nada¡ Yo creo que fue toda la tensión que viví y el continuo trajín con ellas lo que evitó que se congelaran. Para que te des cuenta de lo que pasamos, del C-IV al C-III se baja normalmente en apenas cuarenta minutos y nosotros tardamos unas cinco horas. Y ya como colofón, justo antes del C-III hay que subir un gran serac y bajarlo por el otro lado. Y cuando estábamos buscando el modo de hacerlo ya aparecieron los sherpas, que nos ayudaron a llevarla hasta las tiendas de campaña. Y encima Edurne iba un pelín mejor al perder altura.
-Y en el C-III hubo que tomar la decisión de seguir bajando a quedarse a dormir.
-Sí. Primero decidimos que Juanito y Asier siguieran bajando, que eran los que estaban más cansados. Y enseguida vimos que para Edurne era demasiado, que no podía seguir bajando. Ella nos decía “por favor, por favor, marcharos todos” y se quería quedar con un sherpa. Pero yo, después de haber bajado con ella hasta allí, tenía claro que no iba a dejarla sola. Así que nos quedamos a pasar la noche. Y Edurne volvió a empeorar otra vez.
-A qué te refieres.
-A que empezó a echar sangre por la boca. Dos esputos de sangre muy grandes que a ella le asustaron mucho porque nunca le había pasado algo así. Y cuando se intentaba recostar se ahogaba. Eran claros síntomas de edema pulmonar y yo pensaba ‘Joder, y el oxígeno [que habían pedido a otras expediciones] que no llega’. Y Edurne cada vez más apurada… Y así aguantamos hasta que llegó el oxígeno, sobre las diez de la noche. Entonces nos quedamos más tranquilos, pero fue una noche muy muy larga.
-¿Y tus congelaciones?
-Yo estoy convencido que me las hice esa noche, porque estaba tan cansado que me quedé dormido con los botines atados y la sangre no me circuló bien por los pies.
-A la mañana siguiente seguisteis bajando.
-Sí. Al día siguiente Edurne estaba muy recuperada tras haber recibido el oxígeno y bajamos al C-II, donde nos estaban esperando los demás, y de allí bajamos ya sin más contratiempos hasta el Campo Base.
-Fue entonces cuando comenzó tu particular calvario.
-Si. Desde el día de cumbre no me había quitado las botas y los pies se me empezaron a recalentar por las congelaciones. Era como si me estuvieran clavando miles de agujas en los dedos. ¡yo me quería morir! Pero bueno, al final tampoco ha sido para tanto y no nos va a tener que cortar nada. El viernes nos dan de alta y luego tenemos un mes mas o menos de curas y reposo ¡Yo que quería hacer ahora una temporada con el hacha de la de Dios!, con
-¿Ha sido la experiencia más fuerte que has vivido en un ochomil?
-Si. Ver a Edurne allí tumbada, que no reaccionaba… fue muy duro. Yo pensé que se nos moría, la verdad.
-¿Y el Kangchenjunga? ¿Qué te ha parecido la montaña?
-El monte es muy duro, pero yo creo que subimos bien. Hombre, luego oyes que uno sube en cuatro horas, el otro en dieciocho… pero claro, aprovechando el trabajo de los que hemos ido por delante. Y la verdad es que estoy hasta los huevos de que venga la gente criticando, que esto y lo otro del equipo de ‘Al Filo’. Y luego esa gente te roba el gas, te roba la comida, se meten en tu saco, se meten en tu tienda… es que ¡joder! Toda esa gente que corre tanto, si es tan buena como dice, lo que tenía que hacer es coger y abrir nuevas rutas o irse al pilar oeste del Makalu en estilo alpino, como hacen otros. Esas son las cosas que te dan un poquito de rabia.
-¿Os robaron en los campos de altura?
-Cuando llegamos a las tiendas del campo III en el ataque a cumbre nos encontramos con que nos faltaba gas, comida… nos cogieron de todo. Como al final estuvimos un día entero y dos noches esperando a que el tiempo mejorase, durante todo ese tiempo estuvimos prácticamente sin poder comer nada, y bebiendo lo justo, porque se lo habían llevado casi todo Yo no quiero culpar a nadie, pero desde luego hubo alguna expedición cuyo comportamiento dejó mucho que desear.
-¿Dónde está la dureza del Kangchenjunga?
-El día final. Es muy muy técnico. Y a esa altitud… Lo demás muy bien. Y creo que también hemos tenido mucha suerte con el tiempo
-¿Entonces no vas a volver para quitarte la espina de esos cincuenta metros finales?
-Ja, ja, ja, ja. ¡Jo, pues no lo sé! No creo, ¿no? Hombre… la verdad es que me quedado con la cosa esa de que no he pisado la cumbre, pero bueno. Los que me conocen ya saben que yo a por Los Catorce no voy. Tengo otros proyectos, otras cosas en mente para hacer en Nepal…Por ejemplo, en octubre, tras hacer el Shisha Pangma, quiero volver en moto desde allí. Por lo demás te queda esa cosilla dentro de no haber llegado hasta arriba, pero bueno… Antes me iría al Pilar Oeste del Makalu, que ya intentamos en ‘Al Filo’ hace tres años y no tuvimos suerte. Allí sí tengo que volver.