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Mito y tragedia en el Anboto

Magia, mito y aventura se dan cita en el Anboto, la montaña más espectacular y peligrosa de Vizcaya. La leyenda de Mariurraki, la ‘Dama del Anboto’, la sorgiña que viaja montada en una nube refulgente de tormenta y se refugia en la cueva sobre el barranco de Arrazola, embruja, pero también oculta los riesgos de un cresterío calizo, de color gris claro, que genera el mayor número de rescates en Euskadi, por delante de Gorbea, Aizkorri y Aralar. Atrae nuevos adeptos y enmascara las trampas de un macizo protegido por precipicios por todas las vertientes de una sierra ocupa el Este del Parque de Urkiola, y alcanza en Anboto (1.331 m) su punto culminante.

Las leyendas fueron recogidas por el padre Barandiarán. La historia más reciente queda reflejada en los periódicos y gacetillas del siglo XIX. Se da como seguro que los pastores y cazadores habían subido con anterioridad a la cima, pero la primera ascensión documentada data de 1867. La realizó el coronel Francisco Coello, encargado de cartografiar esta zona del Duranguesado por un organizsmo que luego se transfromó en el SGE. Cuentan que un destacamento del ejército nacional acamapba en los alrededores y le protegía de las partidas carlistas.
En 1915, el Club Deportivo colocó un buzón en la cima. Fue el primero en la historia del alpinismo vasco. El camino estaba abierto. Desde esa fecha las nuevas hornadas de montañeros colocan como un hito en su relación de cimas ‘centenarias’ apuntarse el Anboto. Tanto entusiasmo genera descuidos, imprudencias y accidentes, con un goteo de muertes en un terreno quebrado, plagado de grietas y simas, como recorridos expuestos, especialmente cuando la lluvia y el granizo los convierten en toboganes. Uno de ellos es el ‘infernuzubi’, en el Alluitz , y otro es el último tramo de la vía normal por Urkiola.

La ruta del espolón de Frailea, escuela de escalada de los tiempos heroicos, exige atención. El domingo fue la tumba de José Manuel Fernández Romero, 37 años, casado y con dos hijos: Joel y Janire. Vía llegar el nubarrón. La tormenta le rechazó. Fue prudente y se dio la vuelta, pero eligió un mal camino para escapar. Los tobaganes de Frailea, donde hace más de 50 años ya escalaban mi tío Laurentino Muñoyerro y Alberto Besga, se quedaron con su vida.
Mi compañeras Ainhoa de las Heras y Sonsoles Zubeldia han informado con detalle de la vida de este sestaotarra que ahora residía en Ortuella. José Manuel Fernández Romero fue un apasionado de aquel monte. De hecho, estos paisajes fueron testigo de algunos de los momentos más felices de su vida. «Era su pico favorito. Incluso se casó en el santuario de Urkiola», se dolía un empleado de la empresa de seguridad que durante dos años compartió con él largas rondas y conversaciones. «En cuanto podía te liaba para subir a algún monte, al Gorbea o La Arboleda, porque ahora vivía en Ortuella», explicó.
Sus antiguos compañeros de las empresas de seguridad Esabe Vigilancia y Securitas destacaban su simpatía. «Si estabas aburrido en el trabajo sólo tenías que llamarle y el tiempo se te pasaba volando», reconocía Fede. «Buen padre, buen compañero, buen amigo…», contaba.

En la foto se aprecia la enorme pared caliza del Anboto, cubierta de bosques hasta el punto donde la piedra impide el crecimiento del más mínimo arbusto. A partir de esa altura comienza el terreno de los valientes.

Por Fernando J. Pérez e Iñigo Muñoyerro

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