En los primeros compases fueron muchos los que se apuntaron a la V. El gabinete de José Luis Rodríguez Zapatero, sin ir más lejos estaba abonado a esa letra -que es como la ceja pero en formato invertido-, aunque siempre ha tenido para mí que aquellos errores de Pedro Solbes no fueron tales sino simple y puro teatro pre electoral. Como llevamos ya algo más de dos años en la fase severa de la crisis, está claro que no ha sido en V.
Aún sería posible dibujar una U en la gráfica del comportamiento del PIB, pero cada día que pasa son menos creíbles las opciones de que esto se confirme. La economía europea no tira con la fuerza que sería necesario para ello; España tiene el lastre de una locomotora que corría gracias un combustible fabricado con ladrillos y, para aplacar los ánimos, los excesos de gasto cometidos por los gobiernos en la segunda mitad de 2008, 2009 y principios de 2010 hay que pagarlos ahora con eso que se llama austeridad. Esto es, menos gasto público y con ello menos actividad del conjunto de la economía. Es como la dieta blanda que se les impone a quienes se han dado un atracón de comida.
Así las cosas, parece imponerse la teoría de la L, lo que abre un panorama preocupante. En las últimas semanas he escuchado a varios economistas de prestigio apostar por una crisis de larga duración: Luis de Guindos, Jordi Sevilla o Milagros García Crespo, entre otros. Incluso un ingeniero que se ha convertido en la ‘Belén Esteban’ de la economía, Leopoldo Abadía, me decía el jueves que él se apunta “a la L”. Llenen la despensa si pueden, el invierno se avecina frío y largo.