‘Sultans of swing’ fue lo primero que hizo Dire Straits y desde entonces nunca consiguió mejorar el trabajo que inauguró su carrera a pesar de que Mark Knopfler y sus chicos han sembrado el universo musical de obras maestras. El grupo británico grabó en 1978 este himno litúrgico al que procesamos devoción los que practicamos la religión de la música. Alguien dijo que Dios baja a la tierra disfrazado de guitarrista para tocar ‘Sultans of swing’.
La canción es una muestra evidente de que la banda bebió antes del manantial del jazz, el dixie o el honky tonk, y también una declaración de intenciones de que no estaban dispuestos a renunciar a estas influencias. El público aceptó su apuesta y el single escaló a las listas de éxitos británicas con facilidad, para trasladar de inmediato su brillo al resto del planeta. De hecho, en Estados Unidos, un universo tan alejado de las experiencias nacidas en las islas, ‘Sultans of swing’ vendió cerca de dos millones de copias del álbum que lo incluía.
El tema cuenta al son de guitarras eléctricas, bajo y batería la historia de una banda que toca en un característico pub al sur de Londres. Estrofa a estrofa esta canción describe con detalle el paisaje de un pequeño bar donde se reúne un público minoritario pero entregado a una música poco habitual en los gustos contemporáneos, donde sólo se permitía interpretar el rock a base de cuerda y percusión, sin licencias al viento que sale de trompetas o saxos.
He leído por ahí que el ser humano dedica su primer año de vida a intentar mantenerse de pie, el segundo a conseguir hablar y que el resto de la existencia lo puede emplear para disfrutar de ‘Sultans of swing’. Ese solo de casi un minuto que nos regala Knopfler mediada la canción justifica afirmaciones como ésta. Composición inimitable e inigualable.
Te estremeces en la oscuridad, llueve en el parque,
pero mientras al sur del río paras y todo se detiene;
una banda toca dixie en cuatro por cuatro.
Te sientes bien cuando escuchas sonar esa música.
Entras, pero no ves demasiadas caras
que entren desde la lluvia a escuchar el jazz deslizarse.
Hay demasiada competencia, demasiados otros lugares
pero no hay muchos saxos que puedan sonar así.
Camino al sur, al sur de Londres.
Te fijas en el guitarra George, se sabe todos los acordes.
Él es puro ritmo, no quiere hacerla llorar ni cantar.
Y una vieja guitarra es todo lo que se puede permitir
cuando se levanta bajo las luces a hacer su parte.
Y a Harry no le importa si no hace un buen papel;
Tiene un trabajo durante el día y le va bien.
Puede tocar honky-tonk como si nada,
reservándolo para la noche del viernes
con los Sultanes, con los Sultanes del Swing.
Y una panda de jóvenes hacen el tonto en la esquina
borrachos y vestidos con sus mejores
pantalones anchos marrones y sus suelas de plataforma.
No les importa un bledo una banda con trompeta;
no es lo que ellos llaman rock and roll.
Y los Sultanes tocaron Creole.
Entonces el hombre se acerca al micrófono
y dice por último, cuando el reloj da su hora:
Gracias y buenas noches! Ya es hora de irse a casa.
Y suelta rápido algo más: Somos los Sultanes, los Sultanes del Swing.
Dire Straits fue una extraordinaria banda de rock. Hasta aquí todos de acuerdo. Pero hasta los dioses pasan penurias y la banda no escapó de ellas. Cuando se formó allá por 1977 con Mark Knopfler (guitarra y voz), David Knopfler (guitarra), John Illsley (bajo) y Pick Withers (batería),) y Ed Bicknell como director tuvo problemas hasta para pagar su primera maqueta. Se dirigieron a Londres con apenas cien libras y con ellas forjaron el pilar de su leyenda. Debido a esa escasez pecuniaria optaron por bautizarse como Dire Straits, algo así como grandes apuros.
Desde entonces hasta que fue disuelta en 1995 dejó una producción de seis álbumes de estudio, tres en directo, tres recopilatorios, dos EP interesantísimos y veintitrés singles, además de multitud de galardones y de un rotundo éxito a nivel mundial.