Sábado noche. Un bar de ambiente agradable. Una caña. La música sube de volumen. La caña se acaba. Se pide otra. La música baja. Charlamos con un amigo; la caña dura más.
¿Esto es así? La misma pregunta se hicieron Nicolas Guéguen y su grupo, de la Universidad de Bretaña-Sur, en Lorient, Francia. Con la complicidad de los dueños del bar, observaron a 40 jóvenes, de 18 a 25 años, las cañas que bebían y su relación con el volumen de la música, aunque no con las canciones en sí, que siempre eran las mismas emitidas al azar: la música se ponía a 72 decibelios, volumen considerado normal, o a 88 decibelios, que se considera alta. Los resultados fueron concluyentes: con la música alta, aumenta el consumo de alcohol y disminuye el tiempo entre copas servidas por los camareros.
Según los autores, estos resultados se pueden explicar con dos hipótesis: en la primera, se considera que la música alta provoca una mayor excitación lo que lleva a beber más rápido y a pedir más bebida; o, en segundo lugar, si la música está más baja, podemos hablar con nuestros colegas y, en consecuencia y como beber y hablar a la vez es más bien difícil, bebemos menos. En fin, ojo con la música en los bares; ya ven, la música alta da sed y hay que saciarla.
*Guéguen, N., C. Jacob, H. Le Guellec, T. Morineau & M. Lourel. 2008. Sound level of environmental music and drinking behavior: A field experiment with beer drinkers. Alcoholism: Clinical and Experimental Research 32: 1795-1798.