Desde hace unos años, Francisco Ayala hacía con algunas de sus visitas un singular ejercicio de humor negro: «Vamos a desconectar el teléfono para que no nos molesten», les decía. «Pero no mucho rato, no vayan a pensar que ya me he muerto». El autor más longevo de la literatura española, 103 años de lucidez, falleció ayer. Meses atrás dejó un texto, quién sabe si su testamento espiritual, en el Instituto Cervantes. Ese documento, que no podrá ser desvelado hasta el año 2057, es su único trabajo inédito. Ayala ha muerto sin dejar ningún otro papel en el cajón porque, como dijo en una ocasión, «no quiero que me saquen las vergüenzas». En las librerías y las bibliotecas deja, en cambio, una obra de extraordinaria dimensión, como corresponde a un autor que ha tenido una carrera literaria de longitud inverosímil: casi ochenta años en los que se ha dedicado a la narrativa, el ensayo político, la sociología y las traducciones (+info)