Me lo decía esta semana una mujer entregada, por vocación y oficio, a mejorar las condiciones de vida de los demás. “El estado del bienestar ha pasado a la historia. Volvemos a la época de la beneficiencia”. Una afirmación agria y real, próxima al sálvese quien pueda, el relevo de derechos tercamente luchados por el concepto caprichoso de la caridad. Se refería a los movimientos de repliegue en el tablero de los asuntos sociales. Me basta con repasar el ejemplar que este periódico publicó el miércoles. En apenas dos páginas informaba del riesgo de desaparición de Bizitzi Berria, de los usuarios de cursos sobre cocina saludable despedidos a la francesa y de los talleres para prevenir el enganche juvenil a productos tan tóxicos como la mierda virtual que han vendido los bancos. De otra manera, pero también nocivos para la salud.
Las malas nuevas que afectan a quienes más ayuda necesitan no admiten una tregua. Se unen a las advertencias sombrías que Cáritas ya había avanzado, al drástico recorte del programa Gauekoak y al paso a peor vida de servicios como Norabide (inmigrantes) y Erdu, la contrata municipal que aglutinaba toda la información relativa a las asociaciones y el voluntariado. O sea, grupos que merecen la pena porque se arremangan la camisa para meter los brazos en el fango mientras el resto aplaudimos su bonhomía y nos sacudimos una mota de polvo en la hombrera. Por cierto, en las mismas páginas de la edición del miércoles se colaba una columna sobre familias que, sin pistola en la sien que valga, acogen en sus domicilios a ‘menas’ que han dejado de serlo.
Por motivos profesionales tuve hace unos años la recompensa humana de elaborar un reportaje con cuatro mujeres y hombres volcados en la tarea de reducir el flujo de llanto en este valle de lágrimas. Eran voluntarios, especialistas en la transmutación de los versos. En lugar de entender su cesión de tiempo como un ‘gasto’ lo asumen como una ‘inversión’. Hay que distinguir la sensibilidad de lo ñoño, estos semejantes prestan cariño y eficacia a interés nulo y fijo sin cursilerías de tipo alguno. Ahora pierden el paraguas de Erdu, una empresa que apretaba el interruptor para ver la filantropía, un grupo que comunicaba noticias opuestas al egoísmo de los mercados, el avance de un bulldozer llamado desempleo y los caprichos de deportistas que meten sus cuerpor atléticos en palacios de cristal.
Me cuenta un amigo conocedor del tema que la generosidad de la gente aumenta en la misma proporción que crecen las adversidades. Cuanto peor es el bache social más paisanos se apuntan a echar dos manos en vez de una. Que existen registradas en Álava más de dos mil asociaciones sin ánimo de lucro, de las que casi mil permanecen activas como esos volcanes empeñados en vomitar. Y que la demanda de información para ayudar no decaía. Dirán en el Ayuntamiento que el servicio permanece, pero resulta inimaginable pensar que un solo técnico podrá abarcar su trabajo y el de otros siete compañeros arrojados al paro.
Y se lamentan decenas de asociaciones de madres y padres escolares por el uso de la tijera para podar un programa consolidado. Sé de primer oído que el AMPA del colegio siente en lo más profundo la desaparición de esas charlas que mostraban crudamente sobre la mesa de conferencias las drogas que tal vez en ese mismo momento estaban consumiendo los hijos. Conozco que las jornadas de algunos funcionarios municipales se dilataban hasta bien entrada la noche para prevenir, sin alarmismos ni lo contrario, sobre sustancias que perjudican seriamente la salud, escrito en lenguaje políticamente correcto. Es cierta la escasez del dinero, pero también la existencia de prioridades que van de lo imprescindible a lo superfluo. Y recuerdo la presencia de Mario Vaquerizo en la lata (iba enlatado) programa de Nochevieja. Por ejemplo.