MOBILIARIO URBANO por ÁNGEL RESA
Cuatro fotografías valen más que muchos párrafos para denunciar la vida ‘inmobiliaria’ de algunos temporeros en la vendimia
Como autor de textos trato de rebelarme, en vano, ante el poder contundente de las imágenes. Los activistas del ordenador -pasaron los tiempos del ruido fabril que provocaba el martilleo de las viejas máquinas y nada digamos de las plumas prediluvianas- tratamos de aproximarnos con letras al dibujo certero de la fotografía. Queremos barrenar con las palabras hasta alcanzar un relato más o menos fiel de la realidad. Pero nos rendimos frente a la imagen que todo lo muestra en un solo vistazo. Se me ocurren términos como ‘inmundicia’ o ‘infrahumano’. También expresiones del estilo ‘sin escrúpulos’ o ‘la ley del lucro y punto final’. Pero ni siquiera una cadena formada por esos eslabones de la podredumbre alcanza para manifestar el asco profundo que generan las dependencias indecentes donde se hacinan temporeros portugueses convocados por la vendimia.
Leerían la noticia en la edición del viernes y supongo que se habrán horrorizado al contemplar las instantáneas que congelan el alma. Dos empresarios de Baños de Ebro contratan personal para recoger la uva de nuestras viñas alavesas en el país que un día se llamó Lusitania. Una vez llegados, los trabajadores se reparten por las cepas de diferentes agricultores para cortar los racimos y llenar los remolques con destino a las bodegas. Después de abundantes horas de trabajo campestre, lo suyo es refugiarse en lo más parecido a un sitio de descanso. Que nadie reclama lujos, pero sí condiciones mínimamente correctas. La información alude a carencia de espacio suficiente y de luz o una higiene que deja todo por desear. En la misma noticia los empresarios –con el derecho a ofrecer su versión de los hechos- desmienten cualquier tipo de maltrato a los temporeros y se refieren a los presuntos malos modos que utilizaron los agentes policiales descubridores del zulo. Me niego a calificar como habitaciones a lo que muestran las fotografías. Lo siento, pero desde la torpeza inherente a las palabras no se me ocurre otra definición.
Cuatro imágenes tomadas por la Ertzaintza ilustran el reportaje de la denuncia. La de mayor tamaño muestra literas que sirven de armarios donde apelotonar las pertenencias y ropa tendida junto a las cabeceras en un ejemplo puro de agobio y de desorden. Otra enseña el apuntalamiento inquietante de una estancia, mástiles de metal anclados a un techo de maderas remachadas. La situada inmediatamente debajo también pellizca las entrañas: colchones a dos alturas pegados a una pared que recuerda con sus tonalidades pardas a una cueva rupestre. La última reproducción visual, insertada entre el texto de la noticia, desvela un inodoro que clama litros de lejía y bayetas a punta de pala junto a una ducha sin un mísero plato que recoja el agua de las abluciones, sean matinales o nocturnas. Supongo que al final de la jornada, y ante la perspectiva de recogerse en semejante habitáculo, algunos temporeros sentirían la tentación de quedarse un rato más bajo el manto oscuro del firmamento.
Las autoridades competentes decidirán si las condiciones de alojamiento merecen la repulsa legal. Pero al margen de que así ocurra o no, las retinas de cualquier ser humano sensible quedaron anteayer heridas por el reportaje gráfico de la denuncia. Podríamos extendernos párrafos que intentasen condensar la repulsión, pero difícilmente superaríamos el ruido del mazo cuando golpea el tambor. El sonido fuerte y duro de las imágenes acompañadas por pies de foto como balas. Las reproducciones de ropas diseminadas en uno de los ‘dormitorios’, el apuntalamiento imprescindible, las humedades que no representan bisontes muy pretéritos ni las caras de Bélmez o el WC que, realmente, es una mierda. Este texto tan lejano a la clarividencia de las imágenes no supone una acusación particular. Intenta pintar con la fuerza limitada de las letras un cuadro que refleje el desencanto y la tristeza. Gente que viene de fuera para beber el cáliz del vino futuro que nosotros pasamos termina la jornada laboral encerrada en la antítesis de un hogar. Entre paredes mugrientas que azuzan sentimientos humanos como la melancolía y la añoranza. Saudade.