MOBILIARIO URBANO POR ÁNGEL RESA
La Virgen Blanca es una plaza que todo lo aguanta, hasta echarle huevos a nuestra particular muesca en el Guinness
La plaza de la Virgen Blanca y sus aledaños componían al mediodía de ayer un boceto de la estampa repleta de figurantes que captarán miles de cámaras mañana por la tarde. Al eco de la tortilla de patata más grande jamás vista acudieron batallones sin armas de ciudadanos, atraídos por la curiosidad de lo descomunal y un sol tan agradable como extraño en esta tierra de clima recio. Una multitud se agolpaba en torno a la carpa donde una sartén del tamaño de un coso taurino portátil había de contener el alimento. Senén dirigía una orquesta de voluntarios afanados en colocar los adoquines –seguramente muy ricos y jugosos- ya elaborados sobre el vientre liso del recipiente. La megafonía recordaba que a Vitoria le faltan espacios en la vitrina donde colocar tantos trofeos: la ‘Green’ europea, la capitalidad gastronómica y el remate que supone ingresar en el libro Guinness de los récords por la puerta grande de yemas y claras batidas con el tubérculo. Decenas de periodistas acreditados asistían a la disposición de los trozos para otorgar la fe del notario a la inmensa ‘omelette’. Móviles alzados al cielo captaban el desarrollo de la escena, al tiempo que escuchaban la promoción de la nueva película del director autóctono Juanma Bajo Ulloa.
Vitoria, una ciudad mestiza desde hace ya décadas, ofrecía ayer los contrastes que alimentan las paletas cromáticas. Al lado de tipos con bermudas cruzaban la plaza otros vestidos como para una boda. Vamos, que apuraban el tiempo antes de asistir a algún enlace matrimonial en el Consistorio. El Ensanche era un contenedor donde cabía desde lo imaginable hasta lo sorprendente. Metros más allá de la explanada que rinde tributo a la patrona, cuartetos distribuidos por mesas jugaban al santo embuste del mus en los Celedones de Oro, la antesala del edificio de Correos. Al tiempo, la percusión indesmayable de una batucada brasileña llegaba desde Dato. Mucha gente en las calles, que atraída por el tortillón de ingreso en el volumen gordo de los retos inauditos aprovechó la claridad celestial que suele escasear en este enclave de las cuatro torres.
Solo el escenario permanecía con la hermosura que todo lo aguanta. Me refiero a la plaza de la patrona, preñada de miradores admirables, que lo mismo soporta echarle huevos al asunto, que bailes de personal tocado con sombreros o la algarabía que la llenará mañana en el descenso funambulista de Celedón. Eso sí, los millares de contribuyentes se apiñaban en un radio geográfico limitado, donde se cocía el tema. Otras calles próximas rezumaban la soledad de quienes se sienten abandonadas por la flauta de Hamelín llegada de lugares próximos. Una patrulla de la Ertzaintza trataba de ayudar a una extranjera que quizá buscaba algún lugar concreto o simplemente expresaba su asombro ante la plusmarca mundial que se avecinaba. Otra de la Policía Local obligaba a desmantelar, a escasa distancia de donde Senén dirigía las operaciones culinarias, un modesto metro cuadrado donde unas mujeres trataban de promocionar un producto. “Ocupación de vía pública sin permiso”, adujeron los agentes que acataban órdenes superiores.
Llega el momento de retornar a casa para escribir estas línea sobre el ambiente callejero, antes de convalidar el récord planetario que seguramente la megafonía gritaría a los cuatro vientos hora y pico después. Trasteo con el móvil por San Antonio. Nada recomendable enredar en teclados o leer libros en plena calle, que luego llegan los moratones y el crujir de dientes. Afortunadamente levanto la vista a tiempo de evitar golpearme la pierna con una de las varias motos estacionadas sobre la acera de la calle. Y reverberan entre las neuronas que aún habitan mi cabeza las palabras referidas a la ocupación de la vía pública. Quizá es que un cachito se castiga y unos cuantos gozan de la bula municipal. En fin, no quiero liarme, que mañana es el paseíllo del torero Gorka Ortiz de Urbina entre Postas y San Miguel y no es cuestión de airear conflictos. Ayer era una jornada de ciudad abierta y huevos a mansalva.