MOBILIARIO URBANO por Ángel Resa
Un año después de nada surge la propuesta del referéndum sobre la estación
Hubo un tiempo en que el diario ‘El País’ publicaba cada año un temómetro de la autoestima que demostraba nuestra salud urbana. Aguardábamos cada vez aquella portada de su revista semanal con el diagnóstico definitivo sobre la calidad de vida en las ciudades después de someterlas a análisis clínicos exhaustivos. Y Vitoria era una asidua al podio de la excelencia junto a Girona y Palma de Mallorca. Seguro que muchos lectores recuerdan aquellas matrículas de honor que viraron los ojos de tanta gente hacia la capital alavesa, la ‘bella desconocida’ que solo adquiría relevancia con la publicidad de boca a oreja, mediante relatos orales que han conformado una parte de la literatura universal.
El reconocimiento exterior de Vitoria era como un río de agua limpia, modesto pero dinámico. Y, sin embargo, aquí nos empeñamos en transformar ese caudal en una ciénaga de líquidos estancados donde nada fluye por el efecto de una parálisis sociológica. Ignoro si quienes residimos en esta capital tenemos lo que merecemos o si resulta que nuestros políticos no nos merecen. Viene todo esto a cuento del enésimo proyecto transportado al limbo, un capítulo más elevado al desván de las ideas reviradas. Escribo, cómo no, de la última polémica en torno a la estación de autobuses, un anhelo con dos décadas de antigüedad que no termina de nacer tras una gestación infinita y pesada.
Para nuestros munícipes, que diría un actor de esos inmensos repartos que armaba Berlanga, el tiempo no es un bien escaso y precioso, sino una sucesión de días que apenas conduce a parte alguna. Ahora resulta que un año después de sepultar el mausoleo del BAI Center con los votos de PP y Bildu, meses más tarde de decidir que semejante cráter lo cubriría la estación, el autocar permanece anclado en una dársena imaginaria. Nada se ha hecho desde que Javier Maroto se aupó a la Alcaldía y, lejos de progresar, la oposición en bloque opta por meter la marcha atrás. El personal vota para que veintiséis ediles y un regidor gestionen la vida de Vitoria, pero estos trasladan la responsabilidad a una marea de ciudadanos hartos que señala a los políticos como uno de sus problemas más relevantes. Y no faltan contratiempos en esta época, precisamente.
Bildu, con el apoyo de PNV y PSE, ha reabierto el debate entre la democracia representantiva y la participativa. Escuchar al personal solo puede encuadrarse en el territorio de la virtud, pero una capital no puede avanzar si somete a debate cada asunto que surja en uno de esos circunloquios o laberintos eternos que tanto nos distinguen. Que nadie lea entre líneas un complejo de inferioridad con respecto a Bilbao, pero a 65 kilómetros de Lakua se camina hacia adelante sí o sí. Allí transforman las disyuntivas en un remedo de Fuenteovejuna.
Entiendo a los vecinos que residen en el entorno de Euskaltzaindia, opuestos a albergar la ¿llegará a construirse? estación de autobuses. También a los defensores de la integridad del parque de Arriaga, que no quieren combustiones a la vera de los árboles. Y, sin embargo, en algún sitio habrá que cimentar la obra. A quienes no alcanzo a comprender es a los representantes que malgastan un año entero para regresar más atrás del punto de origen.
La infección no parece un mal autóctono pero nuestros munícipes, especialmente ellos, han optado por un fútbol destructivo completamente ajeno a los cánones de Guardiola. Se trata de zancadillear el avance del rival, no de elaborar juego con propuestas propias y asociaciones entre diferentes por el bien común. Puede llegar el día en el que los ciudadanos acordemos plantear una consulta popular con dos únicas respuestas posibles. “¿Quiere usted políticos en el concepto tradicional del término?” Como salga “no” Vitoria terninaría abocada a un gallinero de ideas convulsas.