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La victoria del demiurgo

Alguien ha sido, pero no se sabe quién ha sido. Ni siquiera los miembros del Tribunal Constitucional, gente avispada, ve pruebas de la autoría. No hay vídeos, no hay actas notariales, no hay certificados: así no hay forma.

Quizás un golpe anímico espontáneo animó a unos cientos de candidatos a la unión electoral. O una súbita pasión antiviolenta les ha coaligado. Quién sabe. Entramos en la era del misterio. Es una experiencia nueva en el País Vasco, donde desde hace décadas no ha habido enigmas. Se podrán decir muchas cosas sobre nuestras cuitas, no todas buenas, pero hasta el día no solían quedar espacios para las cábalas.

Ignoto el arcano fundador, llamaremos demiurgo a la entidad creadora o impulsora, al enigmático principio activo del mundo de Bildu. Es de bien nacidos reconocer proezas, por lo que toca felicitar al demiurgo. Su triunfo ha sido completo, arrollador. No sólo ha conseguido el objetivo, sino que la forma de lograrlo es otra victoria en sí misma. La publicidad obtenida hace época: ni las mejores empresas del marketing electoral. Desde la esquina, se ha convertido en el centro del escenario. Todos se hacen lenguas de esta creación del demiurgo, por el natural asombro que provoca la generación espontánea. La gestión local ha pasado a último plano, pues es menudencia frente a tamaño augurio de solución de los problemas seculares. Cualquier político que se precie –presidente de gobierno, lehendakari, jefe de oposición, ministro, juez, meritorio, exmando, consejero, candidato de postín, mediopensionista, pretendiente- ha dado su opinión, siempre sin medias tintas. En eso el triunfo del demiurgo ha sido total. Hay más: han vuelto para convertirse en la manzana de la discordia, el arma arrojadiza que se lanzan unos y otros para descalificarse. Miel sobre hojuelas, pues gusta al demiurgo que su obra ocupe el centro del mundo.

No todo el mérito de su victoria ha de atribuirse al demiurgo. Le han echado una mano los políticos de la democracia, que no han parado en mientes con tal de lucir sus diretes sobre lo que tendrían que hacer los jueces. La facundia nacional ha derrochado jaculatorias para que sus deseos fuesen atendidos. Ha estado algo descentrada, todo hay que decirlo, pues apenas ha mencionado la cuestión de los derechos electorales, que cabría pensar era la fundamental –la importancia del derecho de sufragio pasivo y en qué condiciones se puede invalidar-, sino acerca de la (presunta) marcha hacia la paz que nos traerá la legalización del ilegal. Todo en forma de axiomas, la mejor manera de difundir la buena nueva en un país proclive a la fe con preferencia a la razón.

Concedamos: nadie ha presionado a los jueces, los jueces han pasado de presiones. El problema reside en que todos han actuado como si fuese así: como si presionasen, como si se dejasen presionar. El demiurgo puede creer y difundir que su presión –incluidas las movilizaciones- ha tenido éxito. También podría decirlo el frente nacionalista, que amenazó ruptura. Nadie habrá influido en el Tribunal –no se dejaría, un suponer-, pero tal y como se ha escenificado, alguien puede obtener la impresión de que ha sido así. En política las imágenes hacen las veces de realidades. Conviene que la mujer del César parezca honesta, no sólo que lo sea: el principio se asentó hace dos mil años.

De resultas del desaguisado, ha quedado volatilizada la Ley de Partidos, el TC ha perdido el prestigio, si le quedaba alguno; el PSOE hace añicos; el PP ha vampirizado; el pacto antiterrorista –si todavía existe- ha quedado hecho unos zorros; la política vasca, definitivamente sindromeestocolmizada.

El triunfo del demiurgo impresiona. No es su menor éxito la reflexión final de los socialistas, cuando tratan de salvar los muebles. Vienen a decir que la presencia electoral bilduina nos acerca a la paz. No se entiende: el retroceso del terror ha coincidido –será por casualidad, pero hasta la fecha se establecía relación causa/efecto- con la ausencia de sus secuaces en las elecciones. No se comprende porqué ahora su presencia tendrá el mismo sentido y le dará la picota. Tampoco la idea según la cual ahora los coaligados pedirán aún con más entusiasmo el final del terror. Si han llegado a la legalidad sin más que promesas a futuro, no se ve porqué en la hora del triunfo hayan de ir más allá.

El demiurgo habrá comprobado que las posiciones de la democracia no eran tan sólidas como las pintaban. Hasta es posible que entienda que su logro triunfal es un paso en su estrategia y que, por tanto, llega el siguiente escalón: conversaciones, diálogo, negociación, mesa de partidos, proceso resolutivo, territorialidad y autodeterminación. Todo el paquete. Según han parecido las cosas, podrían llevar a error y al equívoco de que la fruta está madura ya. El demiurgo, no necesariamente lúcido, quizás se engañe y crea que el partido gobernante anda exánime y que a lo mejor le gustaría probar la suerte antes de su despedida y cierre.

Menos mal que en este país los criterios antiterroristas están bien asentados. Gracias a la ortodoxia antropológica sabemos que el gobierno no podría engañarse ni engañarnos en cuestión tan peliaguda. No se metería en materia de negociaciones al margen de la opinión, del otro gran partido y del sentido común. No nos vendería por un plato de lentejas. No hará nada de esto, pero, tal y como han representado, las cosas se da pábulo a tales insidias. También motivos de fantasía al demiurgo, que puede caer en malentendidos. Por eso conviene que, además de parecerlo, la mujer del César sea honesta.

Publicado en El Correo

Por Manuel Montero

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mayo 2011
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