Los prolegómenos de la campaña sugieren que las de mayo serán unas elecciones terminales. De ahí el aire lúgubre y airado con que se afrontan, de fin de ciclo. Se da por descontado que entierran la etapa ZP, pero se espera que marquen la profundidad de la hecatombe socialista: si comenzará el sálvese quien pueda o aún podrá dar un coletazo póstumo (retirar las tropas de Libia, por ejemplo).
En un último quite, el PSOE quiere centrar las elecciones en los problemas locales y no en Zapatero, pero para la mayoría de los políticos lo que está en juego es qué pasará con el Gobierno en un futuro inmediato. Siempre ha sido así. En las elecciones locales se dilucidan cuestiones trascendentales para la vida cotidiana, pero la atención mediática las suele ver como unas primarias de las generales. El propio Blanco, mentor de rebajar nivel político a las elecciones, sacaría pecho si le saliese bien la jugada y diría que tenemos a Zapatero para rato (y a él mismo).
La política española sigue girando en torno a
Estas elecciones presentan una novedad: llegan sin liderazgos carismáticos. El PP renunció ya a que Rajoy pareciera un líder y el PSOE ha decidido esconder a Zapatero. Los protagonistas de la batalla serán los banderilleros autonómicos, avezados en reprimir cualquier síntoma de que les preocupa algo fuera de sus fronterillas regionales, que quisieran con aduanas. Era inevitable: el destino patrio queda al albur de los cantones. También interviene algún barón nacional (tipo Blanco o Arenas) pero su función no consiste en amortiguar el viva Cartagena, sino en lanzar invectivas contra el enemigo (en plan: estos socialistas son unos ineptos; o Rajoy tendrá que explicar que no es tan corrupto). Es lo que gusta. En los mítines la militancia se enfervoriza cuando el orador denosta al contrario. El paroxismo llega al oír que no caeremos en el insulto como hacen esos cabrones.
La política electoral se desliza hacia soflamas previsibles. Quienes van detrás en las encuestas dicen que lo importante no es ganar las encuestas sino las elecciones. Quienes las encabezan, que no hay que confiarse. Asombra que digan estas banalidades como si fuesen una genialidad que se les acaba de ocurrir. Se imponen los lemas ramplones, del tipo mejoraremos los barrios, nos preocupamos de los problemas reales de la gente y dedicaremos todos nuestros esfuerzos a salir de la crisis (no como los otros). Ni sus autores creen que tales simplezas emocionen a la ciudadanía, por lo que centran la campaña en la difusión mediática de lemas sectarios, convencidos de que ganará el que diga la mejor insidia.
La política española ha ido estilizando sus comportamientos habituales, de suyo poco creativos, y se presenta en sus rasgos esenciales: desideologización, sectarismo, superficialidad, convencimiento de que la victoria redime de las culpas. También por eso estas elecciones adquieren el aspecto de elecciones terminales.
Publicado en Ideal.