Los recientes sucesos del norte de África (Túnez, Egipto, Libia…) demuestran que algo va mal en la forma en que se desenvuelve la comunidad internacional. Sus dirigentes eran (o son) dictadores, sátrapas, corruptos y/o genocidas. Pues nadie lo hubiera dicho, a juzgar por la comodidad con que se han movido en el escenario mundial. Sin ir más lejos, Ben Alí y Mubarak venían a ser sólidos amigos nuestros en la política mediterránea y con Gaddafi –al que se solía llamar “el líder libio”, no dictador, término que no se aplicaba a estos tiranos- se propiciaban todo tipo de encuentros. Moratinos, entonces ministro, acudió (junto a Chávez y Berlusconi) a celebrar el 40º aniversario de su acceso al poder, fecha que por lo que se ve los libios tampoco olvidarán nunca.
Suele explicarse esta realpolitik por los intereses económicos –que nos provean de gas y petróleo- y por la idea de que las tiranías estabilizan, en este caso por impedir el avance del fundamentalismo islámico. Mutatis mutandis, el argumento con el que Franco se acomodó al escenario de la guerra fría: dictadura de fiar que impedía el triunfo del comunismo; una idea más que discutible que contribuyó a retrasarnos la democracia.
El pragmatismo de la diplomacia europea ha significado la connivencia con regímenes que han violado los derechos humanos y que en el caso libio está llegando a crímenes contra la humanidad: un sistema no se deslaza en dos semanas hasta este grado de criminalidad si antes no se basaba en un despotismo de tal cariz. ¿Nuestra diplomacia lo sabía o no? ¿Miraba indulgente hacia otro lado? En los últimos tiempos se llegaban a acuerdos sobre el control de la inmigración –además de los suministros de combustible- sin realizar ninguna recomendación referente a los derechos humanos, a la necesidad de atenuar las arbitrariedades del poder o acerca de las virtudes de la democracia.
Tal actitud resulta lesiva para los valores en los que se asienta la Unión Europea. Ésta se basa en la afirmación de los principios democráticos, la dignidad humana, la libertad y el respeto de los derechos humanos, nociones que resultan esenciales en la propia definición constitutiva de la UE. Así, ésta se presenta en el escenario internacional como el adalid de los derechos humanos y la representación más excelsa de la democracia –mejor que la de Estados Unidos, más hosca y entrometida-. No sólo para Europa, sino para el mundo la UE se concibe como la abanderada de la democratización, la referencia del pluralismo y de la tolerancia para todos los pueblos. Tales ideas se dice que son la guía de la política exterior europea. Pues ya se ve.
Y no es que los europeos opten por la inhibición en la zona. Vale de nuevo nuestro ejemplo. La diplomacia española se ha movilizado una y otra vez en la cuestión de Israel, en la que ha invocado los derechos humanos como justificación de sus apoyos a los palestinos. Bien está, pero el criterio es más que selectivo, a no ser que se consideren de menos enjundia los derechos humanos de tunecinos, egipcios y libios, que durante décadas han sido violados y se ha mirado sin ver. Si los sucesos que se están produciendo en Libia –un gobierno bombardeando a los ciudadanos- se dieran en Israel-Palestina la movilización diplomática hubiese sido de envergadura y hubiesen proliferado los comunicados gubernamentales de condena.
¿Puede haber dos varas de medir en la defensa de los derechos humanos? ¿Ha de olvidarse su conculcación en virtud de los intereses económicos o de consideraciones estratégicas? Al final, la imagen europea resulta fatal. Viene a ser la del demócrata arrogante que tiende a dar lecciones de tolerancia y exquisitez en el sostenimiento de los derechos (para lo que muchos europeos trabajan en ONGs solidarias), al tiempo que hace como que no ve si la visión molesta. Subyace la idea de que la democracia es demasiado para otras zonas que carecen del refinamiento occidental europeo.
Este es el perfil. Conviene tenerlo en cuenta de cara a la nueva fase, en la que al parecer los europeos (los españoles ya hemos mandado al presidente a la zona) explicaremos la excelencia de la democracia a los árabes y les diremos cómo tienen que construirla. Respecto a lo primero, ya saben que la democracia merece la pena: lo han demostrado. Y no estamos demasiado bien situados para dar lecciones, cuando durante décadas de relación intensa no se ha sugerido que podrían darse transiciones de las dictaduras a la democracia.
Lo sucedido demuestra que la diplomacia europea estaba equivocada. Lo que ha desestabilizado el sur del Mediterráneo –y de qué forma- ha sido el mantenimiento de regímenes opresores, que han acabado estallando con estrépito. No es la primera vez que esto ha pasado. Había ocurrido ya en otras zonas del mundo, que se estabilizaron al democratizarse, cuando se acabaron los sobresaltos propios de las dictaduras.
Los sucesos de Libia dejan en evidencia a toda la política exterior española. En esto no hay diferencias entre Gobierno y oposición. Aznar se apresuró a visitar a Gaddafi cuando fue internacionalmente posible, el primer presidente occidental en hacerlo; debieron de congeniar, pues cuando el dictador vino hace un par de años a España comieron juntos (antes de hacerlo con el rey y Zapatero). De los socialistas ya hemos visto, primos hermanos en sagacidad política. Tenemos una diplomacia sin criterios asentados, en la que los presidentes corren a hacerse la foto (el primero en visitar a Gaddafi, el primero en ir a Túnez). Gustan los golpes de efecto. Lástima que sólo gusten los golpes de efecto.
Los sucesos de Libia dejan en evidencia a toda la política exterior española. En esto no hay diferencias entre Gobierno y oposición. Aznar se apresuró a visitar a Gaddafi cuando fue internacionalmente posible, el primer presidente occidental en hacerlo; debieron de congeniar, pues cuando el dictador vino hace un par de años a España comieron juntos (antes de hacerlo con el rey y Zapatero). De los socialistas ya hemos visto, primos hermanos en sagacidad política. Tenemos una diplomacia sin criterios asentados, en la que los presidentes corren a hacerse la foto (el primero en visitar a Gaddafi, el primero en ir a Túnez). Gustan los golpes de efecto. Lástima que sólo gusten los golpes de efecto.
Publicado en El Correo.