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La ciudad y los barrios

Pasa constantemente, pero cada cuatro años se nota más, cuando se acercan las elecciones municipales. Cualquier candidato a alcalde que se precie comienza a hablar de los barrios. En general habla sólo de los barrios. Todos quieren recoger las aspiraciones de los barrios, sus preocupaciones, las necesidades que tienen los vecinos de los barrios. Sucede en todos lugares, en Madrid, Bilbao, Sevilla, Granada… Los candidatos apenas hablan de la ciudad como una realidad vital. Cuando citan a la ciudad lo hacen para referirse a la oferta turística que tienen los visitantes: como si la ciudad como tal sólo existiese para los forasteros. Siempre hablan de los barrios como el ámbito de la convivencia. Nunca de la ciudad. Si acaso, para decir que carece de infraestructuras suficientes… con las que servir a los barrios. Los candidatos se sienten progresistas y concienciados al hablar sin parar de los barrios.

Destruyen conceptualmente la ciudad y la sustituyen por sus piezas. En su expresión, el barrio no es una parte de la ciudad, sino su antítesis: el lugar convivencial frente a un magma inhóspito. En el imaginario del político español el ciudadano resulta incapaz de abstracciones, de verse como un habitante de mundos urbanos complejos. Los candidatos creen que para sus presuntos electores todo es concreto, inmediato, pues son incapaces de ir más allá del tendero de la esquina, del peluquero de toda la vida que vive al final de la calle, primo de la vecina del tercero, militante de la asociación del barrio y miembro de la cofradía de la parroquia.

En la imagen que tienen los partidos la ciudad resulta una entidad molesta. Lo suyo no es planificar globalidades urbanas, sino ofrecer a los barrios servicios replicantes, iguales a los del barrio inmediato, a los que cabría llegar sin esfuerzos ímprobos. Están convencidos de que el ciudadano, incapaz de alardes mentales, tiene sus horizontes limitados. Que pasando el limes de su barriada siente que el mundo es adusto, incomprensible. Por eso el político lleva a cabo la fragmentación conceptual la ciudad, para ocuparse de las cosas concretas, “lo que de verdad interesa a la gente”. Como si ésta (quizás como él) fuese incapaz de sentirse en ámbitos vitales amplios. Como si odiase la ciudad y amase el barrio.

Este comportamiento intelectual del político español procede de la transición o de antes. La ciudad –el ámbito del anonimato, de la libertad individual, al margen de los controles sociales de las pequeñas comunidades- resulta incómoda para el político, que prefiere dirigirse a imaginarias sociedades comunitarias, con sus valores locales, líderes propios y el apego a lo inmediato. Esto le permite confeccionar programas tangibles, mensurables. La ciudad como realidad urbana es más complicada. Al candidato español no le gustan las complicaciones.

Este imaginario político no suele ajustarse a la realidad. La ciudadanía urbana puede sentirse a veces vitalmente en un barrio, pero en general lo comparte con su experiencia de la ciudad, que tiende a ser su principal ámbito de referencia. La ciudad es la modernidad: la segmentación conceptual de la ciudad que realiza la política municipal en España se debe a la dificultad que tienen los partidos para modernizar sus estructuras mentales y evolucionar con la sociedad.li

Publicado en Ideal

Por Manuel Montero

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marzo 2011
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