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Un país de valientes o así

Este país tiene complejo de héroe. La virtud que más gusta a nuestros próceres, y se la adjudican a sí mismos, no es la responsabilidad, la capacidad de análisis y de decisión, la inteligencia, la cualidad de prever, el sentido común o el don de la oportunidad. No: es un atributo que solía asociarse al héroe mitológico, al de las hazañas bélicas o al aventurero montaraz. Lo que tiene más prestigio es la valentía, de creer las declaraciones políticas. Es sorprendente, pues nadie diría que tal particularidad constituye norma de comportamiento cívico, ni requisito para el ejercicio de la autoridad democrática. Pero es el calificativo máximo con que se adornan nuestros políticos.

Hoy mismo lo ha asegurado la vicepresidenta primera: el Ejecutivo va a optar “por la decisión y la valentía” para la reforma laboral. Lo primero que se predica de tal decisión no es que sea pertinente o eficaz, sino su arrojo. ¿Querrá decir dura, drástica? Quizás: pero lo resume en la valentía. El atributo se aplica a la decisión, pero viene a ser una indirecta para autoalabarse como gobernantes osados.

Se me hace que llaman valentía a tomar las decisiones que son contrarias a su bondad natural, pues tienden a creer que gobernar se asemeja a la labor del padrino en un bautizo, cuando echa chucherías a las criaturas de ambos sexos.

El de la vicepresidenta primera esta mañana es el último ejemplo, pero los hay a diario. Ayer mismo la ministra Espinosa pedía “valentía y audacia” para luchar contra el cambio climático. ¿Valentía para hacer lo que hay que hacer? Y esta semana una Fundación de economistas reclamaba “valentía en la reforma laboral”, casi lo mismo que el BBVA, que solicitaba “valentía y determinación” para la reforma laboral y la financiera, del mismo modo que según las crónicas lo mejor de las medidas de ajuste, para la UE, es que son “valientes”. Se dice antes que certeras: valientes, como cuando el banderillero las clava jugándose la ruina. ¿Cómo ensalzaron los munícipes socialistas a ZP en el mítin de Elche, en plena vorágine rectificadora, al llegar el ajuste? Gritaban: “¡Valiente, valiente, ahí estas tú, valiente!”. Tuvo que ser un espectáculo edificante. La intrepidez y el ardor guerrero se han convertido en ideas fuerza de nuestra vida política. No es novedad, llevamos así desde los tiempos de Numancia. Aun así, no deja de provocar perplejidad esta exaltación del valor y que se considere heroísmo tomar decisiones.

El que mejor lo ha explicado ha sido el ministro Blanco: “Es la época de los políticos valientes y no de los cobardes como Rajoy”. Ahí queda eso. Lo ha bordado, pues el antónimo cobardía ocupa también un papel privilegiado en el debate político. Se usa con profusión. Gusta. Para denostar a modo al adversario no se le llama demagogo, frívolo, incompetente, irresponsable… Se le dice “cobarde”: lo peor de lo peor.

Como en la huelga de funcionarios del martes. CCOO. UGT y CSIF opinaron al unísono que las medidas de ajuste son “una cobardía del Gobierno”, que “se atreve con los más débiles”. No dicen medidas injustas, torpes o negativas, sino “cobardes”. El genio de la raza se encarna también en la grey sindical.

La visión de la valentía/cobardía es según el color del cristal con que se mira. Para el PP las intervenciones de Rajoy tienden a ser “valientes y sinceras”, o “muy valientes”, pues es un “político valiente”, mientras Zapatero “no tiene valentía para hacer reformas”. Éste, por su parte, lo tiene claro: en las Cortes le dijo a Rajoy que “si tiene valentía, si tiene coraje, que presente una moción de censura”, sin que queden claras las razones por las que todo gira en torno a la valentía, a tenerlos bien puestos, que es a lo que suena. En opinión de un sujeto del PP, el Gobierno “tiene una postura cómoda y cobarde”, en la línea de Aznar, que decía el otro día que hay que recuperar “el coraje”.

Para todos, los suyos son valientes y los otros cobardes. No se encuentran casos en que la valentía se aplique al contrario. Es heroísmo de secta. Desazona este entusiasmo por la valentía, por mi idea (sin duda errónea) de que la democracia es el mejor sistema para los que somos cobardes. Pero hay vocación de capitán Trueno.

Tenemos una democracia de cojones.

Por Manuel Montero

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