Los héroes son los votantes, que votan para que los políticos tomen decisiones pero los políticos deciden no decidir. El escaqueo hace estragos en este valle de lágrimas llamado Estado o España. No es monopolio de la izquierda o de la derecha. Lo cometen todos. Cuando viene algún asunto vidrioso el uso consiste en: echar balones fuera, dejar las cosas para mañana, culpar a los demás y/o esperar a que las circunstancias o las indicaciones ajenas fuercen las decisiones.
Supongamos que por un casual nos llegase una crisis económica. A lo mejor sucedería que el Gobierno benefactor se resistiese a tomar medidas serias hasta que las forzaran la UE, EEUU o la mala baba de los especuladores. Toda la lógica del mundo: la gente vota para que le alegren los días, no para que se los amarguen. Un Gobierno benefactor beneficia, y si maleficia ha de quedar claro que es a contravoluntad.
Si acaso hiciese falta un reforma laboral quizás el Gobierno benefactor decidiría no decidir y pasarle la patata caliente a patronal y sindicatos. Éstos, a los que tampoco les gusta cargar con el mochuelo, hablarían y hablarían meses y meses, más del año. El Gobierno benefactor esperaría como agua de mayo tal acuerdo para que le librase de la tentación de decidir. Podría pasar que los agentes sociales no tuviesen intención. Como la UE dice que a ver qué pasa, el Gobierno benefactor, entre la espada y la pared, les amenazaría: si en diez días no llegan a nada, él decidiría. Pasan diez días. Termina mayo florido. Nadie decide nada. Menos mal que el Gobierno benefactor recuerda que hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo, por lo que les da una prórroga a los agentes: hala, unos días más. Podría pasar que los agentes pensaran que mejor ellos no se meten en líos, que ya lo hará el gobierno.
La política (y los agentes) juegan al juego de no tomar decisiones que disgustan. Sólo quieren hacer el bien. Cuando las cosas vienen mal dadas lo fundamental es dejar claro que se toman las decisiones – es una metáfora – obligados, no motu propio.
Gobernar ya no es “mandar con autoridad o regir algo”, “dirigir un país o una colectividad política” o “guiar y dirigir”, como ingenuo proclama el Diccionario. Consiste en administrar lo que nos rigen otros, paliando los daños: no los daños que sufrimos nosotros, sin los de la imagen bondadosa del Gobierno benefactor.
No sólo el Gobierno practica el escaqueo. Imaginemos que la oposición quiere llegar a gobierno, pues es lo suyo. Bien se librará de decir qué haría con nosotros llegado el caso, no sea que, espantados, los presuntos votantes les viesen mal. Si se consumase el hecho sucesorio lo tendrían fácil: echarían las culpas sobre los predecesores, dirían que todo está peor que lo que creían y que nos apretarán el cinturón no por que ellos quieran – pues ya serán ellos el Gobierno benefactor – sino por voluntad ajena.
Imaginemos que a la mentada oposición le crecen los enanos y las corruptelas. Quizás opte por hacer como que no ve, esperar a que broten dimisiones por sí solas, dar largas hasta que no quede más remedio o el planeta Nibiru choque con la tierra justo donde se estrenan trajes y entrenan espías.
Al político español no le gusta tomar decisiones espinosas. Tiene vocación de ángel de la guarda, dedicado en todo momento a nuestra felicidad y dicha.