Me encantan esos artistas que, a lo largo de su carrera, son capaces de pasar de un extremo a otro: gente como Battiato, que en los 70 creaba sofocantes ambientes electrónicos y, una década después, bailoteaba espasmódico al son de Centro de gravedad permanente y demás éxitos de pop subjetivo. Otro personaje de esa galería de raros es Simon Fisher Turner, autor de uno de mis discos fetiche de los 80 bajo el sobrenombre de The King Of Luxembourg. Lo descubrí un poco tarde, como casi todo: recuerdo que el vinilo de Royal Bastard me costó 150 pesetas en una tienda de saldos de Pamplona. Lo compré sin saber de qué iba, por la portada y la pinta general, y me encontré un artefacto extraño de pop colorista, fantasioso, desinhibido, casi kitsch, con una instrumentación y una voz anómalas, que contenía versiones de gente como los Monkees, Television Personalities o P.I.L.

Pero el Rey de Luxemburgo supone la excepción dentro de la carrera de Simon Fisher Turner, a quien suelen llamar SFT para abreviar. El tipo, con marcada tendencia a la vanguardia, compuso las bandas sonoras de varias películas de Derek Jarman y ahora ha asumido la tarea de poner música a The Great White Silence, el metraje que documenta la dramática expedición antártica que encabezó hace un siglo el capitán Scott. Rodada por el fotógrafo Herbert Ponting y ahora restaurada, la película recoge el tramo inicial del fatal viaje en imágenes de gran belleza, pero plantea un reto evidente: si le pones música, ya no hay gran silencio blanco. «Me gusta el silencio, pero es muy difícil utilizarlo cuando te han encargado hacer música, no silencio», resume el compositor en esta entrevista con Ken Hollings. Lo que se ha podido ver del resultado tiene un aspecto fantástico y, desde luego, no puede estar más lejos de la gracia mundana del Rey de Luxemburgo.