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Las marcas y los surcos

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La semana pasada, con ocasión del Record Store Day, puse a unos cuantos músicos en el brete de elegir un disco que les ha marcado y contar por qué. Les recomiendo el resultado, porque hubo respuestas muy entretenidas que, además, reflejan cómo funcionaba lo de descubrir música en los tiempos anteriores a internet: en sus relatos aparecen expositores giratorios de casetes, discos comprados en el Eroski o etiquetitas con la fecha (que solemnizaban el disco mensual para el que llegaba el presupuesto). Al hacer un reportaje de este tipo, resulta inevitable preguntarse qué respondería uno mismo, y creo que mi selección tendría que repartirse de manera equitativa entre los dos discos que adornan el post. Sé que no son lo más cool del mundo (¡un disco de madurez de una estrella progresiva y un recopilatorio de un grupo reciclado al mainstream!), pero me parece que de verdad son los más importantes en mi vida y los que más peso han tenido en mis gustos.

Ahora me doy cuenta de que los dos funcionaron igual, porque comparten un rasgo esencial a pesar de su escaso contacto estilístico: la cara A es muy distinta de la cara B, y en ambos casos yo los compré por uno de esos lados (el B) y acabé enganchado sin remedio al otro, que resultó iluminador y me dejó huella. Crises fue mi primer disco, me hice con él a los 12 o 13 años porque me gustaban mucho las canciones pop que cantaba Maggie Reilly: en realidad eso lo supe después, porque mi cándido y desinformado yo de entonces daba por hecho, un poco absurdamente, que la voz correspondía al tal Mike Oldfield. Yo quería Moonlight Shadow y me encontré con una cara A ocupada íntegramente por los veinte minutos de Crises, la típica suite más o menos instrumental de Mike Oldfield, que pronto empecé a reproducir más a menudo que las cinco canciones del reverso. Y ya he contado que con Standing On A Beach, el recopilatorio que The Cure sacaron en 1986, me ocurrió lo mismo: lo compré por In Between Days y Close To Me, los dos hitos con los que la banda había completado su reconversión en coloso pop, pero poco a poco me fue fascinando esa cara A que abarcaba desde el punk anómalo de Killing An Arab hasta las tinieblas siniestras y rituales de The Hanging Garden, es decir, los cuatro primeros álbumes de Smith y sus muchachos.

¿Qué me enseñaron? Me imagino que con Crises me di cuenta de que había formatos interesantes más allá de la canción, además de adquirir una tolerancia duradera hacia la ambición instrumental y formal. Y Standing On A Beach funcionó como un puente perfecto (o un túnel, quizá) desde la radiofórmula de los 80 hasta el punk, el post-punk y la oscuridad, un término comodín que lo mismo me sirve para Godflesh o Big Black que para Einstürzende Neubauten o Lustmord. También me temo que la suma de ambos, ese itinerario que marcan, me volvió un aficionado muy poco rockista, al contrario que los que se destetaron en esto de la música con sonidos más auténticos. Ahí les va Crises, el tema, que seguramente es la cara de vinilo que más veces he escuchado en mi vida. Recuerden que, en su momento, solo tenía otra opción: el otro lado del disco.

 

Por Carlos Benito

Sobre el autor

Periodista de El Correo. Nací en Logroño, estudié en Pamplona, vivo y trabajo en Bilbao.


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