Empecé a escuchar el álbum de Alison Cotton sin tener ni idea de quién era esta mujer. Me entusiasmó desde el primer momento, así que repetí, y repetí, y repetí, y cuando ya llevaba unas cuantas reproducciones en bucle me dije que tenía que indagar más acerca de ella. Fue entonces cuando descubrí/redescubrí que Alison es el cincuenta por ciento de The Left Outsides, el dúo matrimonial que grabó uno de mis discos favoritos del año pasado (se quedó el sexto de la lista y por eso no entró en mi miniselección final, pero es como si estuviese).
Lo que hace Alison en su debut en solitario bebe de algunas de las fuentes que también alimentan al dúo, pero se trata de una música más radical y libre, sin las limitaciones y servidumbres que impone el formato de canción pop-rock. El disco se compone de cinco cortes predominantemente instrumentales, en los que la viola y la voz de Alison crean un espacio de recogimiento, de silencio potenciado, entre melancólico, bucólico, fúnebre y místico. Son composiciones pesarosas, a menudo obsesivas en su insistencia en un drone reverberante o en su repetición de breves motivos melódicos, y remiten a la música antigua y a la vertiente brumosa del folclore británico. Pese a su austeridad monacal, el resultado es tan intenso y tan poderoso que ni siquiera hace falta la recomendación de escucharlo de noche y a oscuras, porque de algún modo envuelve al oyente en una campana ambiental y emocional aunque esté en mitad del frenesí urbano.
He elegido la canción más canción del lote, The Bells Of St Agnes, pero resulta casi cruel fragmentar un disco que está hecho para sumergirse en él.