No, no teman, no vamos a analizar la figura de Justin Bieber. O a lo mejor, ya que estamos, sí que lo mencionamos un poquillo, aunque no sea para hablar exactamente de música: Forbes acaba de publicar su lista de cien famosos más influyentes y el chaval, de 18 años, aparece el tercero, con unas ganancias de 43 millones de euros a lo largo del año pasado y una cartera de inversiones en tecnología que la propia revista considera digna de elogio. Bieber ha metido pasta, por ejemplo, en Spotify, de manera que indirectamente le he beneficiado al escuchar en esa plataforma el nuevo álbum del Justin al que me refería en el título: Justin K. Broadrick.
Justin, nuestro Justin, es un músico de larga trayectoria que bebe del metal extremo, el punk extremo y la electrónica extrema, con resultados que a veces han resultado paradójicamente asequibles. Fue guitarrista de Napalm Death (su guitarra suena en la primera cara del mítico Scum) y a lo largo de los 90 pilotó Godflesh, una bestia biomecánica que ampliaba o rebasaba los límites del metal por el lado de las máquinas y lo industrial. A mí, Godflesh me impresionaron mucho en su momento, tal vez demasiado, y a partir de ahí me dediqué a seguir en lo posible la ramificada carrera de este tipo, en la que destacan nombres como Techno Animal (un dúo de electrónica y hip hop mutante que sacaba tremendo partido a los graves) y Jesu (su proyecto principal de los últimos años, en el que tanta barbaridad acumulada le lleva a una rara quietud contemplativa de voces limpias). Un servidor también tiene por ahí cedés de cosas como The Sidewinder o Final, otras travesuras del buen Justin.
Ahora el hombre está de vuelta como JK Flesh, un seudónimo de los tiempos de Techno Animal, y resulta que han catalogado lo suyo con la modernísima etiqueta de post dubstep, aunque él mismo explica que se limita a «explorar de nuevo el lado brutal de la electrónica». El álbum ha recibido el bello título de Posthuman y es, por supuesto, una monstruosidad de ritmos maquinales y bajos subsónicos sobre los que se van colando efectos, guitarras deformes y voces sufrientes: vamos, una pesadilla de las suyas, que mi ordenador es incapaz de reproducir sin distorsionar los graves. Ah, Justin K. Broadrick también aparece en una lista, aunque para su desgracia no sea la de Forbes: ante el pasmo del propio músico, la revista Spin le ha colocado en el puesto 34 de los cien mejores guitarristas de todos los tiempos, con alabanzas a su «oído único para la cacofonía». Claro que hay algo más que nuestro protagonista comparte con el otro Justin: los dos están condenados a encontrarse siempre con gente cerrada que dice que lo suyo no es música.