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Alex Txikon: “Las rocas se convertían en caras que me miraban y me hablaban”

La voz de Alex Txikon suena fuerte y firme al otro lado del teléfono satélite. Está en el campo 1, a seis mil metros de altitud, donde va a pasar la noche con sus compañeros de expedición antes de descender  al campo base [al que ha llegado hoy junto con el resto de sus compñeros de expedición]. Apenas han pasado catorce horas desde el fallido y agotador ataque a la cumbre del Kangchenjunga (8,586 m.), la tercera montaña más alta del planeta junto con el polaco Adam Bielecki y el ruso Dmitri Sinev. 22 horas de esfuerzo continuado por encima de7.650 metros, en la conocida como ‘zona de la muerte’ que le llevó al límite de sus fuerzas. Tanto que durante el descenso el alpinista de Lemoa llegó a sufrir alucinaciones: “Las rocas se convertían en caras que me miraban y algunas hasta me hablaban. Menudos sustos me daban”, explica con una carcajada final.

– Antes de nada ¿Cómo se encuentra? ¿Está recuperado físicamente?
– Sí, sí. Estoy muy bien. En cuanto llegamos a las tiendas Denis y Artem nos prepararon agua y pudimos hidratarnos y comer bien. Y en seguida al saco. ¡Y dormir hace milagros! Y hoy, en cuanto hemos perdido altura, mucho mejor. El cuerpo se recarga como por arte de magia en cuanto bajas. Esta vez he sido yo el que he llegado el primero a las tiendas del campo 1 y me ha tocado preparar agua para los demás.

– Cuando decidieron darse la vuelta eran las cuatro y media de la tarde, estaban a 8.350 metros de altitud y apenas les quedaban dos horas de luz. ¿No arriesgaron demasiado?
– Bueno… Lo de los límites horarios en los ochomiles es un poco relativo. Y sinceramente, si en el ‘Kanchen’ aplicas la famosa norma de que si para las doce del mediodía no estás en la cima hay que darse la vuelta no haría cumbre casi nadie, y menos en el estilo tan ligero como subíamos nosotros. Por otro lado, la meteorología no ofrecía problemas. Ibamos a tener una noche limpia y clara. Además, la idea era bajar por la vertiente sur, por donde había subido Carlos Soria y su equipo, una ruta que sus sherpas habían equipado hasta la cumbre, así que era incluso más seguro que volver por nuestros pasos.

– Pero se quedaron a doscientos metros de la cumbre.
– ¿Doscientos? ¡Qué va! ¡Muchos menos! Mira, cuando nos dimos la vuelta estábamos a la altura del Yalung Kang, yo creo que incluso un poco por encima de su cumbre, que está a8.500 metrosy la mirábamos hacia abajo, así que yo creo que nos quedamos a menos de cien metros de la cima del Kangchenjunga.

– ¿Por qué entonces se dieron la vuelta estando tan cerca?
– Ufff… estaba cerca pero aún íbamos a tardar por lo menos dos horas, pero bueno, yo estaba totalmente decidido a seguir. Hasta que Adam  me hizo ver que era una locura seguir y nos dimos media vuelta. Durante el descenso, como a 7.900 metros, en una pala de nieve, resbaló y se fue para abajo como unos cien metros. Aunque bajamos todo lo rápidamente que pudimos, tardamos casi hora y media en llegar. Pensábamos que se había matado, pero milagrosamente había conseguido pasarse. Estaba con una fuerte hipotermia, había perdido el frontal y se le habían soltado los crampones, ¡pero estaba vivo y podía andar por su propio pie!. Es curioso, probablemente arriba me salvo la vida cuando me convenció para bajar y ahora, apenas unas horas después, le devolvía yo el favor.

– ¿Por qué se les hizo tan tarde? ¿No habían previsto tantas dificultades?
– La verdad es que nos encontramos un terreno mucho más complicado de lo que pensábamos… placas de hielo, secciones de escalada en mixto prácticamente verticales, rampas de 60º de hielo cristal… Eso nos fue desgastando y retrasando. Y por si fuera poco, de pronto nos encontramos un cadáver. No sé a que altura estaría, por encima de los ochomil o así. Le asomaban los brazos y las piernas por encima de la nieve. Nos dio mucha impresión y fue muy desagradable. Esas cosas también te afectan anímicamente.

– Sin embargo, Denis Urubko decidió darse la vuelta al poco de salir.
– Sí. No hacía mucho tiempo que habíamos salido y cuando vio las dificultades decidió volver al campo 4. Fue un momento duro de muchas dudas. Estuvimos casi una hora decidiendo si continuar o bajar con él y decidimos continuar. Hay que tener en cuenta que él el día anterior se había dado un palizón subiendo desde el C-2 al C-4 de un tirón. Por el contrario, a nosotros otra noche a 7.650 nos hubiese desgastado mucho, así que apostamos por seguir para arriba.

– El descenso fue absolutamente al límite.
– Sí. Ya te he comentado antes que fue muy muy delicado, incluida la caída de Adam. Fuen tan largo y duro como la subida porque sabíamos que un mal paso significaba el fin. Encima, al final, no sé si por el agotamiento, la tensión o todo un poco, pero hubo un momento en el que empecé a tener alucinaciones. Las rocas se convertían en caras que me miraban y algunas hasta me hablaban. Menudos sustos me daban… Jajajaja. ¡No me había pasado nunca!.

– Llegar las tiendas tuvo que ser todo un alivio.
– ¡Desde luego! ¡Pero no te imaginas lo que nos costó encontrarlas! Sabíamos que estábamos en la zona donde las habíamos plantado y las huellas nos llevaban hacia allí, pero no las encontrábamos. ¡Estuvimos más de dos horas dando vueltas buscándolas! Ahí tuve las alucinaciones. Me imagino que fue la mezcla del agotamiento y la tensión. La verdad es que han sido los tres días más al límite de mi vida.

– Y ahora queda el objetivo original, abrir una nueva vía por en centro de la cara Norte ¿Se encuentra con ánimos y fuerzas para intentarlo?
– Tendremos que hablarlo cuando lleguemos al campo base, pero me temo que este año no va a ser posible. Aparte del palizón que nos hemos pegado, el problema es que la doble barrera de seracs que atraviesa la vía este año está muy muy complicada. ¡Prácticamente todos los días hay avalanchas! En las fotos se ven muy bonitos y muy factibles, pero en cuanto te plantas debajo ves que es una temeridad meterte por ahí.

Por Fernando J. Pérez e Iñigo Muñoyerro

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