El Everest va a ofrecer esta temporada una imagen inédita desde 1974. Por primera vez en cuarenta años, ningún alpinista hollará el Techo del Mundo por su vertiente nepalí. Salvo que ose desafiar a la montaña en solitario y sin la ayuda de sherpas. Algo poco probable entre los 335 alpinistas extranjeros a los que el Gobierno ha otorgado este año el permiso para ascender desde Nepal. Ya lo dice Elizabeth Hawley, la veterana ‘notaria’ del Himalaya: “Sin los sherpas muy pocas personas escalarían el Everest. Sin ellos desaparecerían las expediciones comerciales”.
Es la otra gran secuela de la avalancha que el pasado 18 de abril acabó con la vida de dieciséis sherpas cerca del campo 1 del Everest, tres de los cuales aún permanecen sepultados bajo la nieve. Un hecho que solo el tiempo indicará si trasciende más allá de la tragedia en sí misma y marca un cambio en la concepción de las expediciones comerciales, las verdaderas dueñas del Everest desde hace dos décadas, o acaba por diluirse con el transcurrir de los meses para volver a los parámetros con los que han funcionado hasta ahora. Porque lo que está en juego es mucho más que el ego de unos cuantos occidentales a los que se les está impidiendo subir la montaña más alta de la tierra. Hablamos de la principal fuente de ingresos de uno de los países más pobres del planeta y que ha llevado la riqueza al otrora deprimido valle del
Khumbu, al que el turismo de los ochomiles reporta unos beneficios de 15 millones de euros al año.
Lo sucedido tras aquel alud que barrió la ruta normal de ascenso al final de la cascada de hielo ha sido como otra avalancha que ha acabado arrasando con todo lo que ha encontrado a su paso, incluidas las poderosas expediciones comerciales, que en un lento goteo han ido anunciando en los últimos días su renuncia.
Primero fueron las que perdieron a algunos de sus sherpas en el accidente, como la estadounidense Alpin Ascents International (5 muertos) y la neozelandesa Adventure Consultants (3 fallecidos). Una decisión lógica por puro respeto hacia sus trabajadores y compañeros. Luego les siguieron otras más al comprobar que la situación anímica de muchos porteadores y guías nativos no era la más idónea para retomar la expedición como si nada hubiera pasado.
No hay que olvidar que los sherpas son una comunidad muy cerrada en la que los trabajos de guías y porteadores se reparten entre las familias. Así, muchos de los sherpas presentes en el campo base tenían algún tipo de vínculo de sangre con los fallecidos: padres, hermanos, primos, sobrinos… O eran vecinos, ya que casi todos ellos provienen de tres o cuatro valles del Himalaya y sus pequeños pueblos colgados de las laderas. “Me piden que vuelva a la montaña, pero cómo voy a hacerlo. Conocía a casi todos los que murieron”, explica Pasang Sherpa.
“Es simplemente imposible para muchos de nosotros continuar escalando mientras tres de nuestros amigos siguen enterrados en la nieve”, declaró Dorje Sherpa al ‘The Himalayan Times’. “No me puedo imaginar pisar sobre ellos“, concluyó. Por si fuera poco, los sherpas son una etnia muy religiosa y supersticiosa a partes iguales y un accidente como el del Viernes Santo al principio de la temporada es el peor de los presagios que puede enviarles su montaña más sagrada.
Decisión política
Sin embargo, lo que en un principio parecía una lógica muestra de respeto hacia los fallecidos, con el paso de los días se ha convertido en una decisión más política que personal por parte de un grupo de sherpas que días después del accidente anunció unilateralmente que este año no se iba a ascender el Everest por Nepal. “Mantuvimos una larga reunión y hemos decidido no escalar más este año en homenaje a nuestros hermanos. La decisión de los sherpas es unánime”, aseguró cuatro días después de la tragedia Tulsi Gurung, que perdió a un hermano en el alud.
La medida adoptada por los sherpas puso los pelos de punta a las autoridades de Katmandú. Hay demasiados intereses en juego y nada más conocer la información, el ministro de Turismo, Bhim Acharya, emitió un comunicado anunciando que el Everest seguía abierto a toda aquella expedición que quisiera subirlo e incluso les instaba a hacerlo. “El ministro ha urgido a todos los responsables y miembros de las expediciones a seguir adelante y ha instado a las agencias a seguir instalando las escaleras y cuerdas fijas. En este momento todos los equipos de apoyo (sherpas) están de acuerdo en seguir apoyando la actividad de las expediciones”.
El texto añadía que “el ministro pide con firmeza a todos los equipos de las expediciones (sherpas) que continúen con su trabajo porque se han cumplido todas las peticiones para que se pudiera seguir adelante con ellas”, en referencia a las exigencias de mejora en las indemnizaciones y seguros realizadas por los sherpas tras el accidente. Por último, el Gobierno se cubría las espaldas y anunciaba una extensión de cinco años en los permisos de ascensión a las expediciones “que deseen retirarse”.
Pero la decisión de los sherpas no era tan unánime. Para muchos, y con ellos las expediciones para las que trabajan, la semana de luto decretada era suficiente y, tras acceder el Gobierno a buena parte de sus demandas, estaban dispuestos a volver a la montaña. Son demasiadas las familias sherpas que dependen y viven durante todo el año del sueldo del miembro que trabaja en el Everest. Entre 2.000 y 5.000 euros en un país donde el sueldo medio anual apenas llega a 600 euros.
Demasiado tarde
Y a partir de ese momento, la situación no hizo más que enrarecerse. Los testimonios sobre amenazas explícitas hacia los sherpas que pretendían seguir adelante con la escalada se sucedieron, hasta que finalmente se produjo una desbandada general de las pocas expediciones que aún quedaban en el campo base de las 31 que tenían permiso. Algunas lo justificaron porque ya era demasiado tarde para afrontar el intento a cumbre. A principios de mayo, la Cascada de Hielo seguía cerrada, la ruta a cumbre aún no tenía instalado ni un metro de cuerda fija y los clientes (los pocos que quedaban) prácticamente no habían aún salido del campo base. Otros años, a esas alturas de la temporada, los sherpas casi han equipado la ruta hasta la cima y los alpinistas llevan dos semanas durmiendo en los campos de altura.
Pero en realidad, lo que subyacía era el temor a las amenazas lanzadas por el grupo de sherpas más politizados, que algunos, como Greg Paul, de la expedición Himex, calificaron de “pseudo-guías nepalíes que no son de la región del Khumbu, tienen raíces maoístas y quieren capitalizar la situación para conseguir concesiones por parte del Gobierno nepalí. Piensan que el cierre del Everest esta temporada atraerá la atención de todo el mundo”, añadía visiblemente indignado.
Según Paul, tras el anuncio de retirada de las expediciones que habían sufrido la pérdida de alguno de sus sherpas, “lo que era perfectamente comprensible”, el resto de expediciones “decidieron que la Cascada de Hielo era segura y que las avalanchas no eran más habituales de lo normal cualquier año. También pensaron que el periodo de duelo había sido correcto y que seguir escalando el Everest no era ningún motivo de deshonor para los fallecidos”. La respuesta del grupo más extremista fue amenazar a los sherpas de estas expediciones con que “les romperían las piernas si llevaban a sus clientes al Everest. Y a las expediciones les han dicho que o abandonan el campo base en unos días o tendrán que hacerlo a la fuerza. Estos tipos usan palos, piedras y machetes para conseguir sus objetivos” concluía.
Igual de explícita fue la denuncia del guía británico Tim Mosedale, con cuatro cumbres del Everest en su mochila. Acusó a los que él denomina “sherpas militantes” de poner “de rodillas el Everest 2014”, de estar “mordiendo literalmente la mano que les da de comer” y de amenazar a los que querían continuar con frases como “sabemos dónde vives”. Y reflexionaba: “Podríamos seguir con la expedición y no ser atacados, pero encontrarnos a la vuelta con aldeas en llamas? ¿Cómo podemos exponer a nuestros sherpas a semejante riesgo?”, se preguntaba. “Todos sabemos que 16 han muerto y es una pérdida terrible … Pero la facción militante ha secuestrado la situación y nos ha chantajeado. Se las han arreglado para crear su propia agenda, que ya no gira en torno al trágico accidente”, añadía en su blog.
Y mientras la polémica y la incertidumbre impregnan el valle del Khumbu y el campo base nepalí se vacía, al otro lado de la montaña se frotan las manos. Por la vertiente tibetana, la decena de expediciones con permiso de cumbre progresa con normalidad para regocijo de las autoridades chinas, que ven cómo el desconcierto en la vertiente sur puede suponer un incremento de expediciones -y de ingresos- en años venideros.
La Cascada de Hielo, un cementerio de sherpas
La ruta nepalí hacia la cumbre del Everest está llena de lugares icónicos: la Cascada de Hielo, el Valle del Silencio, el Collado Sur o el Escalón Hillary son términos que se han convertido en habituales incluso para los profanos al himalayismo desde que una expedición suiza descubriera la ruta en 1952 y un año después la completará otra británica poniendo en la cumbre a la ya legendaria cordada formada por Edmund Hillary y Tenzing Norgay. Todos esos puntos evocan momentos épicos de la ascensión. Todos salvo la Cascada de Hielo (‘Khumbu Icefall’ en inglés), vinculada casi exclusivamente a desgracias y muertos.
Pero, ¿qué es exactamente la Cascada de Hielo? Se trata de una especie de embudo, entre los 5.400 y 6.000 metros de altitud, que forman las paredes del Nuptse y el Everest al final de Valle del Silencio donde el glaciar del Khumbu se comprime y retuerce en su inexorable discurrir creando un formidable caos de bloques de hielo, seracs colgantes y grietas sumamente activo.
Nada especialmente novedoso en cualquier glaciar del planeta si no fuera porque en este caso, ese infierno de hielo es paso obligado para todo alpinista que quiere ascender el Everest por la ruta normal de la vertiente nepalí. Y, por supuesto, para los centenares de porteadores -la inmensa mayoría de la etnia sherpa- que, cual ejército de hormigas, se encargan de equipar y suministrar los campos de altura.
Así que la tragedia del Viernes Santo era solo cuestión de tiempo. En una época, además, en la que la proliferación de expediciones comerciales (más de 30 este año, con cerca de 1.000 personas en el campo base) convierte esa ruta en un lugar de paso permanente día y noche durante los meses de abril y mayo. Su importancia en la ruta hacia la cumbre es tal que todos los años hay un equipo específico de sherpas, conocidos como los ‘Ice Doctors’, que se encargan de equipar con cuerdas fijas y escalas ese tramo y de mantenerlo practicable durante toda la temporada.
Pura estadística
En realidad, lo sucedido el pasado día 18 no ha sorprendido a los que conocen bien el Everest. La Cascada de Hielo es un verdadero cementerio en el que todos los años mueren sherpas sepultados bajo avalanchas y bloques de hielo o despeñados en grietas. Las estadísticas de los fallecidos no dejan lugar a las dudas. En el Techo del Mundo han dejado la vida 255 personas, la mitad de ellas (128) en la ruta normal de la vertiente nepalí, la más transitada y utilizada por las expediciones comerciales. De esos 128 fallecidos, 63 son sherpas y de ellos, nada menos que 39 han muerto en la Cascada de Hielo, el 62%. Por el contrario, sólo dos occidentales han perdido la vida allí.
¿Y por qué en la Cascada de Hielo sólo mueren sherpas? Es pura estadística. Una simple cuestión de probabilidades. Las expediciones comerciales son muy conscientes de la peligrosidad de ese tramo e intentan que sus clientes crucen por ella el menor número de veces posible, dos o tres a lo sumo. Sin embargo, los guías y porteadores nativos lo hacen más del doble cargando con todo lo necesario para equipar los campos de altura.
Y por si fuera poco, casi todas las voces conocedoras del lugar están de acuerdo al asegurar que el cambio climático ha alterado de forma notable ese tramo del glaciar para hacerlo en los últimos años mucho más inestable. Y por tanto peligroso.
Así que ha sido ahora cuando ha tomado todo el sentido la decisión que adoptó en 2012 el neozelandés Russell Brice, dueño de la agencia más importante del Everest -Himalayan Experience (Himex)- y uno de los líderes más experimentados y con más prestigio de su campo base. En una apuesta tachada entonces de exagerada, optó por suspender la expedición al considerar que el riesgo que ofrecía la Cascada de Hielo era inasumible para su personal, 85 personas entre clientes, guías de altura y porteadores. Y ello anunciando además que no devolvería a su veintena de clientes ni uno de los 43.000 euros que habían pagado, argumentando que la mayor parte de los gastos estaban ya realizados.
Llegó a cronometrar el tiempo que tardaban todos ellos en cruzar bajo un serac que llevaba años observando y del que desconfiaba especialmente: 20 minutos en el caso de su mejor guía, entre media hora y 45 minutos para los sherpas cargados y hasta hora y media los clientes más lentos. Se trataba del mismo serac que hace el día 18 de abril se desplomó sobre una veintena de sherpas y mató a 16 de ellos.