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Eduardo Angulo Pinedo

La biología estupenda

La magdalena de Proust

Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llama magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. ¿De dónde podría venirme aquella alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del té y del bollo, pero le excedía en mucho, y no debía de ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía y qué significaba? (…)

Dejo la taza y me vuelvo hacia mi alma. Ella es la que tiene que dar con la verdad. Pero ¿cómo? Grave incertidumbre ésta, cuando el alma se siente superada por sí misma, cuando ella, la que busca, es juntamente el país oscuro por donde ha de buscar, sin que le sirva para nada su bagaje. ¿Buscar? No sólo buscar, crear. Se encuentra ante una cosa que todavía no existe y a la que ella sola puede dar realidad y entrarla en el campo de su visión.

(…)

Y de pronto el recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el pedazo de magdalena que mi tía Leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té o de tila, los domingos por la mañana en Combray (porque los domingos yo no salía hasta la hora de misa) cuando iba a darle los buenos días a su cuarto.

Marcel Proust, En busca del tiempo perdido: Por el camino de Swann.

 

 

El fenómeno Proust es aquel que consigue que los olores despierten nuestra memoria y revivan nuestra biografía de una manera vívida y detallada. Sean agradables o no, los olores son eficaces para evocar nuestros recuerdos y emociones. Marieke Toffolo y su grupo, de la Universidad de Utrecht, en Holanda, nos relatan lo que significan los olores, por ejemplo, para las personas que padecen estrés postraumático. Desentierran el recuerdo de lo que causó el estrés y, sea cual sea el origen, lo consiguen. Por ejemplo, se consigue con el olor a sangre, a diésel, a la hierba recién cortada e, incluso, a una determinada loción para después del afeitado. Y el efecto se mantiene en el tiempo y, por ello, cada vez que se percibe el olor, se sufre el estrés.

Para averiguar el poder de los olores para recordar los malos momentos, así como otras percepciones visuales y auditivas, Marieke Toffolo trabaja con 70 universitarias, todas chicas pues es conocido que son mejores que los chicos para percibir y reconocer olores. Las voluntarias ven, a la vez que reciben estímulos visuales (luces de colores), auditivos (música interpretada al piano) y olfatorios (olor a cassis o grosella negra), ven una película desagradable que incluye accidentes de tráfico, operaciones quirúrgicas, escenas del genocidio de Rwanda o un sangriento accidente en un circo con un elefante. En una sesión posterior, de seis a ocho días más tarde, se les pide a las voluntarias que escriban lo que recuerdan de la película y lo hacen en una habitación cerrada en la que, a la vez, ponen alguna de la luces de colores o la pieza al piano o el olor a cassis.

Los resultados demuestran que los recuerdos que despierta el olor, respecto al sonido del piano, son más detallados, claros y desagradables. Por el contrario, los estímulos visuales, las luces de colores, tienen la misma eficacia que los olores. Por tanto, olor y luz nos pueden llevar a los recuerdos desagradables mejor que los sonidos. El fenómeno Proust, solo con el olfato, no es del todo cierto; también la visión nos lleva a los recuerdos, por ahora, a los recuerdos desagradables. Proust tenía razón, pero le faltó la luz.

 

*Toffolo, M.B.J., M.A.M. Smeets & M.A. van den Hout. 2012. Proust revisited: Odours as triggers of aversive memory. Cognition and Emotion 26: 83-92.

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