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Viajes cósmicos en una habitación (un texto repescado)

Pauline Anna Strom

 

Da la impresión de que, si ajustamos el foco de la manera correcta, cualquier escena nos puede revelar una buena provisión de joyas desconocidas. Todos los años se rescatan del olvido discos, artistas, incluso estilos enteros que quedaron arrumbados por el tiempo y por las modas de una manera que parecía definitiva: desde la música somalí de los 70 y los 80, por poner un ejemplo de recuperación reciente, hasta los yacimientos aparentemente inagotables del protoheavy anglosajón, objeto de decenas de antologías. Entre los últimos tesoros desenterrados por los arqueólogos musicales destaca la obra de Pauline Anna Strom, una artista estadounidense que lleva tres décadas fuera de todos los radares, si exceptuamos un grupo de admiradores tan exiguo como apasionado. En realidad, incluso en los años en que desarrolló su actividad, con tres elepés y cuatro casetes autopublicados entre 1982 y 1988, Pauline Anna siempre mantuvo un perfil discreto y esquivo, camuflada a menudo bajo un nombre artístico (Trans-Millenia Consort) e indiferente a todas esas servidumbres y compromisos que allanan el camino hacia la fama.

A Pauline Anna Strom se la suele ubicar en la new age, aquella electrónica contemplativa y espiritual que atravesó su gran momento en los 80, y es cierto que sus composiciones encajan sin mayor problema en las coordenadas del estilo. Pero también es verdad que la etiqueta, tan desprestigiada, no hace ningún favor a unas piezas deslumbrantes, ingrávidas, con una vocación cósmica que entronca directamente con los grandes clásicos de la electrónica setentera. Al fin y al cabo, su inspiración estaba en los discos de pioneros como Tangerine Dream, Klaus Schulze, Vangelis o Brian Eno, mientras que la escena de la nueva era y su supuesta hermandad mística no le despertaban grandes simpatías: «El bombo publicitario que rodea al género new age es propaganda de mierda, igual que los demás aspectos de nuestra cultura orientada al hype. No te llames a engaño: toda la estructura de negocio que rodea la ‘new age’ es tan corrupta, política y superficial como cualquier otra», alertó en una de sus contadas entrevistas, concedida en 1986 a la revista californiana Eurock. Esas dos frases ya bastan para dejar claro que nuestra protagonista nunca ha sido exactamente una campeona de la diplomacia y las relaciones públicas.

Pauline Anna Strom nació en Luisiana, en el seno de una familia ultracatólica. Vino al mundo de manera prematura y se quedó ciega. Pasó su juventud en Kentucky y, tras casarse con un militar, se mudó a la ciudad californiana de San Francisco, el núcleo de ese combinado de espiritualidad y tecnología que sirvió de caldo de cultivo a la new age. Aunque ella siempre había escuchado música clásica, los programas de radio que difundían el nuevo estilo le descubrieron nuevos territorios: primero empezó a coleccionar discos y, después, instrumentos electrónicos, hasta convertir una habitación de su apartamento en un estudio doméstico. Allí daba forma a sus piezas en sesiones creativas que solían transcurrir de noche, con auriculares, en un entorno de silencio y oscuridad que se concilia bien con su música paciente y exploratoria, atravesada constantemente por cascadas de sonido que parecen fulgurantes rayos cósmicos. «Mi ceguera, más que entorpecerlas, ha contribuido a mis aptitudes musicales. Creo que mi oído y mi capacidad de visualización mental se han desarrollado a un nivel más alto. Y tampoco afecta a mis capacidades desde un punto de vista técnico: es posible programar sintetizadores y unidades de efectos, grabar con precisión y manipular una mesa de mezclas guiándose solo por el sonido», detalló en aquella rara entrevista.

Pauline Anna Strom siempre se mantuvo al margen de la industria, de manera que sus autoediciones no pasaron de tiradas modestas y pronto acabaron descatalogadas. Se convirtió en la perfecta artista de culto: conocida solo por una minoría especializada, inactiva desde 1988, autora de músicas inencontrables y, para redondear el perfil, misteriosa y huidiza en sí misma, hasta el punto de que resultaba casi imposible encontrar información fiable sobre ella. El sello RVNG Intl. la ha puesto inesperadamente de actualidad al editar Trans-Millenia Music, una recopilación que reúne trece piezas extraídas de sus siete álbumes. Son ochenta minutos de instrumentales hermosos, serenos y sugerentes, entre lo ambiental y lo psicodélico, que triunfan en el propósito de embarcar al oyente en un viaje astral o, tal como lo planteaba la propia Pauline Anna, de enlazar «las profundidades del pasado remoto» y «las vastas magnitudes del futuro». La compositora («audazmente individualista y fieramente independiente», como la describe la discográfica) incluso se ha avenido a conceder una entrevista telefónica a la revista británica The Wire, la biblia mensual de las músicas de vanguardia. En el reportaje publicado el mes pasado, revela que sigue viviendo en el mismo apartamento que en los 80, pero que su querido equipo (el Yamaha DX7, el Prophet 10, el E-mu Emulator…) ya no está allí, porque se vio obligada a venderlo junto a su colección de discos para superar una mala racha.

 

(publicado originalmente en la revista para suscriptores Musi-K)

 

Por Carlos Benito

Sobre el autor

Periodista de El Correo. Nací en Logroño, estudié en Pamplona, vivo y trabajo en Bilbao.


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