El Turner es uno de esos premios que sirven, sobre todo, para despotricar: casi todos los años hay aficionados al arte contemporáneo y, sobre todo, personas sin ningún interés por estos asuntos que se hacen cruces ante las obras de los galardonados y se plantean, en fin, la gran pregunta de siempre, ¿seguro que esto es arte? Este año, el prestigioso premio británico ha correspondido por primera vez a una artista que trabaja con sonidos, y las voces críticas en cuestión se han alzado con particular fuerza, preguntándose si tiene sentido conceder este reconocimiento a «una cantante».
Las 25.000 libras del premio han ido a parar a Susan Philipsz, una escocesa de 45 años afincada en Berlín, por su obra ‘Lowlands’, una instalación sonora en la que la propia artista canta una balada folk de su tierra, acerca de un ahogado que, desde el más allá, avisa a su amante de que ha muerto. «Nunca te besaré más», le dice. Originalmente, la grabación se reprodujo en bucle bajo tres puentes de Glasgow, con un efecto ciertamente fantasmal, y después se trasladó a las salas de la Tate, donde seguramente se perderá buena parte de ese toque sobrenatural. No pretendo sostener que merezca el premio, porque no tengo ni idea, pero sí digo que me gusta. Vean y, claro, escuchen…