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Cureadicto

Me van a perdonar que tenga la semana un poco autobiográfica, pero han coincidido la visita a Euskadi de Mike Oldfield (mi ídolo absoluto de los 12 a los 14 años) y los conciertos en España de los Cure (mis semidioses de los 15 a los 18 años y, seguramente, los artistas que más me han marcado). Soy consciente de que, a ustedes, mis derivas vitales y mis dramas adolescentes se la traerán más que floja, pero vienen bien para ilustrar cómo el grupo británico sirve de puente entre el pop de FM y la música más declaradamente anticomercial: en el espacio que queda entre Why Can’t I Be You y Carnage Visors caben muchas cosas. Así que les cuento mi batallita, que, para mayor comodidad de los indiferentes que leen en diagonal, ocupará hasta el final de este párrafo. Yo me enganché a los Cure con Inbetween Days, canción perfecta que me llevó a comprarme allá por 1986 el recopilatorio Standing On A Beach: como estaba ordenado cronológicamente, al principio prefería la cara B, con sus canciones más recientes, comerciales y asequibles, pero a las diez o doce escuchas (en aquellos tiempos remotos, jovencitos, los discos se escuchaban decenas de veces) me enganché a la cara A, donde se recogían sus inicios post-punk (Boys Don’t Cry, Killing An Arab, Jumping Someone Else’s Train) y su influyente periodo siniestro (A Forest, Primary, Charlotte Sometimes…). Me volví un adicto, hasta el punto de que algunos compañeros de instituto todavía recuerdan las intolerables chapas que les metía a diario, y mi obsesión alcanzó su pico con Disintegration (1989), obra magna donde las distintas facetas del grupo encajaron sin fisuras. Después, pese a destellos esporádicos, me temo que todo ha sido decadencia y fallidos intentos de recuperar la buena forma.

Quizá por esa facilidad con que transportan al oyente de lo luminoso a lo oscuro y de lo consumible por cualquiera a lo insoportable para la mayoría, la masa de seguidores de los Cure ha sido una auténtica cantera de críticos musicales: eso se nota cada vez que sacan disco nuevo, cuando se adivinan entre líneas las ganas que tienen todos los expertos de que Robert Smith vuelva a firmar una obra maestra. Este año toca ilusionarse, porque editarán un álbum presuntamente doble, pero yo prefiero adoptar la muy curesca postura de esperar una decepción. Lo que jamás defrauda es su directo, como podrán comprobar estos días miles de afortunados en Madrid, Barcelona y –¡gratis hasta completar aforo!– Valencia. Les dejo con Shake Dog Shake, que va bien con mi envidioso estado de ánimo.

Por Carlos Benito

Sobre el autor

Periodista de El Correo. Nací en Logroño, estudié en Pamplona, vivo y trabajo en Bilbao.


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