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Un día duro

Hola a todos. Os escribo desde Katmandú, a donde me ha enviado el periódico para cubrir la información de las distintas expediciones vascas que hay esta primavera en el Himalaya. El objetivo inicial era sumarme al grupo de Edurne Pasaban en el Shisha, pero la actualidad manda y estos últimas días ha estado en el Annapurna. En otro momento os contaré mis planes concretos para los proximos días en tierras del Himalaya.

Ayer fue un día duro. Nada más llegar al hotel, después de un viaje de más de 24 horas, me encontré con la noticia de la muerte de Tolo Calafat. Lo que debería haber sido una jornada de resaca post-cumbre, de felicidad completa tras saber que todos habían llegado al CB, se convirtió en un día trágico, de muertos y reproches. Los primeros, los muertos, son consustanciales a esas montañas tan duras y salvajes, pero los segundos, los reproches, no. Al menos hasta hace unos años. Últimamente, por desgracia, empiezan a ir también de la mano de la muerte cada vez que se produce una tragedia en el Himalaya. Definitivamente, los pecados de la sociedad actual se han trasladado hasta las más altas cumbres del planeta.

Al hilo de todo esto, quería ofreceros mi reflexión a los comentarios que ayer hicisteis a la noticia de la muerte de Tolo Calafat. Como no podía ser de otro modo, empiezo por decir que respeto todas las opiniones (salvo las insultantes). Dicho esto, creo que cuando opinamos de lo que sucede allí arriba, debemos ser conscientes de que no es lo mismo tomar una decisión (o interpretarla) a 7.000 metros de altura, medio congelado y tras 24 horas de esfuerzo sobrehumano que hacerlo sentado tranquilamente en tu casa o en la oficina delante del ordenador.

Ni tan siquiera tenemos que irnos tan lejos. Pensemos en situaciones vividas más cerca, en casa, pequeñas emergencias o apuros momentáneos. Momentos en los que hemos tenido que tomar una decisión urgente, inmediata, sin repercusiones trascendentales, pero que ha habido que tormarla. ¿Hemos acertado? ¿Hemos sido lo suficientemente reflexivos? ¿Hemos sido capaces de mantener la cabeza fría en ese momento? Pensarlo un momento por favor y luego trasladaros al Annapurna, a siete mil y pico metros de altitud, a situaciones en la que una decisión puede ser cuestión de vida o muerte, la tuya o la de otros. Y con ello, insisto, ni quito ni doy razones a nadie, ni a vosotros cuando opináis ni a los montañeros que han vivido esa situación. Sólo os pido que penséis un momento en lo difícil que es tomar una decisión allí arriba. Y que además el tiempo te confirme que fue la correcta. Probablemente, sea la diferencia entre la vida y la muerte.

Por Fernando J. Pérez e Iñigo Muñoyerro

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abril 2010
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